El hombre que levantó en su casa una ciudad
Ocupa un espacio de más de 35 m2 ❚ Su creador es un comerciante jubilado ❚ Está en lo alto de una vivienda del barrio Garay
El número 204 de las calles Asisclo Garay y Aguirre tiene un soportal de rejas blancas y hay un perro de orejas caídas que saluda con expresión jadeante. En el segundo piso existe una copia exacta de esa construcción, desde el cerco níveo, la casa de pájaros y el perro de orejas gachas.
De lo único que no existen réplicas es del dueño de la vivienda, Ernesto Barbery Gómez, el comerciante guayaquileño que en el 2012 cerró su negocio, un almacén de productos importados con dos locales, y se dedicó a construir una ciudad. Una ciudad con todo tipo de servicios y que a veces hasta se asemeja a Guayaquil.
Aunque tiene una torre Morisca con sus enormes relojes públicos a sus costados, además de una noria y en algún lugar hasta el estadio Monumental, no es la Perla del Pacífico.
Eso es lo que aclara el creador de esa urbe en miniatura que comenzó a crecer en una fecha que ya no recuerda. “Puede ser cualquier ciudad. No es que comencé esto pensando en Guayaquil”.
En todo caso, en el primer piso alto de aquella vivienda, un espacio de algo más de 20 metros por 10, habita una ciudad, con todos sus servicios. Su dueño calcula que se expande en algo más de 35 m2.
Como cualquier urbe, crece día a día. Al igual que las ciudades latinoamericanas, en esta tampoco hubo una planificación previa. Surgió en base al impulso y las necesidades, en este caso, de su creador.
EL DETALLE Guayaquil en Miniatura. Con estatuillas y 15 dioramas muestra la evolución de Guayaquil. Desde la prehistoria hasta la actualidad. Está junto al MAAC. PARA SABER
“Cierto día, cuando ya me había retirado de los negocios, me puse a ordenar cajas en este tramo de la casa donde funcionaba también parte del almacén, encontré el tren que le había comprado alguna vez a mi hijo. Lo armé sobre una mesa y me quedó bien. Pronto quise colocarle una estación de tren. Busqué en las tiendas de juguetes de la ciudad, pero no había. Intenté pedirla por correo, pero era cara. Decidí yo mismo armar una”.
La estación aparece justo a los costados de uno de los dos trenes que recorren la ciudad en miniatura. Ahí está con sus puntos de acceso, con árboles y áreas de espera; con sus señales verticales y boleterías.
“Pronto me di cuenta que junto a la estación faltaba una casa. La hice. Con madera y cartón, con restos de cosas que reciclaba. Así, mientras me daba cuenta que al tren le faltaba algo, se lo construía”.
No sabe cuántas piezas aparecen colocadas sobre grandes mesones. Algunos unidos, otros colocados de forma paralela y con espacios intermedios para que el hombre, que debe arreglar cualquier desperfecto en el servicio eléctrico, pueda ingresar de forma holgada. Eso sí, hay de por medio puentes y enlaces peatonales para que los habitantes de esta ciudad sin nombre puedan movilizarse libremente.
Hay que aclarar que cada vivienda, sea los pisos que tenga, tiene sus conexiones eléctricas individualizadas.
En las esquinas, no importa cuántas existan, aparecen distribuidos los postes de luminarias públicas y hasta los hidrantes de incendios.
Cada cosa, desde las dos locomotoras, los semáforos, las campanas de la iglesia, funcionan eléctricamente.
Todo, hasta las luces de cada casa, está unido a una red que se enciende y apaga con un control remoto.
“Cuando comencé a construir esto, yo lo único que sabía era vender cosas. Aprendí. Además, resulté ingenioso. Hasta creo modelos de muebles”.
Ernesto Barbery, quien en mayo pasado cumplió 80 años, no vive solo. Siempre anda cerca de él su esposa, Nancy Montoya Chonillo. Los hijos -tiene 5-, los visitan. Son ellos quienes ahora les compran los juguetes con los que el padre juega en estos días. “Ellos me compran las cosas que no puedo crear, como los muñecos de personas y animales a escala. Mi yerno acabó de traerme un juego de Magic Fly (tomacorriente a control remoto)”.
Casi el 70 % de lo que conforma la pequeña ciudad lo fabricó. Para esto, utilizó cada material de desecho que encontró. Desde los sorbetes plásticos hasta las columnas para pasteles de bodas que su esposa dejó de usar, y las pelotas de ping pong que sus hijos dejaron olvidados en algún rincón.
En ese piso tiene también su taller con todas las herramientas necesarias para ir fabricando las piezas en miniaturas. Todo lo tiene debidamente ordenado y en un espacio adecuado. Son tantos objetos, pero sabe dónde está y para qué sirve.
No sabe qué tanto le falta aún por expandirse a esta ciudad. No lo calcula. Solo deja que evolucione. Mientras tanto, él estará ahí, como esos alcaldes que esperan que sus ciudadanos le demanden necesidades para cumplirlas.