Libertades y responsabilidad
Es evidente en el Ecuador de nuestros días, la recuperación de un ambiente de respeto a las libertades. La de expresión sobre todo. Ello evita la mala, por cobarde, decisión de someterse a la autocensura. A mí no me llama mucho la atención que esa sacrosanta libertad esté recuperada porque nunca la sentí perdida. Siempre dije y lo repito ahora: la mejor defensa de la libertad de expresión se realiza ejerciéndola. Pero, el no callar no basta. Hay que atreverse a decir lo que honradamente se piense, sustentando, a partir de lo que se sabe, las razones de la crítica, proponiendo medidas alternativas.
Por eso es que cualquiera no puede ser un proponente de acciones a tomar. Bien se conoce que el sentido común es el menos común de los sentidos y eso significa que no muchos lo poseen. Son respetables los criterios generales y todo el mundo tiene derecho a emitirlos, sin embargo, en plan de generar opinión pública, es audacia intolerable pretender hacerlo en las líneas de un tuit y sobre todos los temas imaginables.
Las opiniones serias, para que sean dignas de ser tomadas en cuenta, requieren un cierto sentido de especialización, a despecho del socorrido refrán que establece que de músico, poeta y loco todos tenemos un poco.
Ahora se podría corregir que de políticos, economistas y comentaristas deportivos, todos tenemos una buena dosis.
No obstante, asuntos tan complejos como decidir si mantener o no subsidios, no pueden definirse con base en exabruptos, validados por el tono solemne, cuando no acompañado por un elevado timbre de voz y gesticulando como si se tratase de un experto dando una clase magistral, finalizando con la
Es bueno que exista plena libertad de expresión. Es malo que todo el mundo se crea en capacidad de opinar sobre temas complejos. Hay que devolverle valor a las palabras’.
coletilla: “en mi criterio, es lo que hay que hacer”.
Valga tener en cuenta en tiempos de crisis, que no es lo mismo manejar la economía con criterio de escasez que con escasez de criterio.
Ahora, se nota polarizado el ambiente. Las opiniones más serias mantienen un sesgo profundamente ideologizado. Lo malo es que mientras se deciden las medidas no se decide nada y el gasto público continúa como en los mejores tiempos de una bonanza que hace rato dejó de existir.