Infanticidio y femicidio
La frase que pide proteger primero “a las mujeres y a los niños” en caso de unas peligrosas emergencias: incendio, sismo, naufragio, etc., ponen de manifiesto que, pese a los prejuicios heredados, estos seres merecen toda la protección del caso que, por supuesto, deben ejercerla los hombres de pelo en pecho que son, se supone, más vigorosos. Sin embargo de estas consideraciones y el orden que impone sobre todo la caballerosidad, en estos últimos tiempos, con mucho pesar y preocupación hemos ido informándonos casi a diario del cometimiento de femicidios perpetrados con inusual saña. Por lo general los autores de estos execrables delitos son los convivientes o exconvivientes de las parejas que finalmente quedan incompletas al reducirse solamente al culposo sobreviviente. Tales personajes masculinos han acabado con las que fueron sus compañeras, a las que los ligó en un inicio el amor, ya sea incendiándolas, desfigurándolas con poderosos ácidos, clavándoles con odio innumerables puñaladas, ahorcándolas, o eliminándolas con disparos de armas de fuego, entre otras formas criminales de brutal exterminio. No se puede aplicar, pues, al momento de tan abominables crímenes, la vieja expresión que dice que “donde hubo fuego cenizas quedan”.
En cuanto a la deshumanizada manera de tratar a esos inocentes que recién están surgiendo a la vida, los infantes, comienzo por recordar una frase del gran escritor francés, dramaturgo, crítico y narrador, premio Nobel de Literatura, Albert
...en nuestro medio, les están arrebatando el derecho a una maravillosa infancia, obligándolos a trabajar, a mendigar o siendo asediados sexualmente por pervertidos en las escuelas y en las calles...’.
Camus, que para afirmar su condición de no creyente dijo que “no podía creer en un Dios que hace sufrir a los niños”.
A más de las diarias situaciones de estos menores a quienes, en nuestro medio, les están arrebatando el derecho a una maravillosa infancia, obligándolos a trabajar, a mendigar o siendo asediados sexualmente por pervertidos en las escuelas y en las calles, nos han conmovido las noticias internacionales, entre ellas las de más de dos mil niños que fueron separados de sus padres cuando a estos, como migrantes, les impidieron ingresar a los Estados Unidos. Prácticamente permanecieron por largo tiempo “encarcelados” y en condiciones de desaseo y abandono. ¿Tenía razón el autor de La peste?