Macron y las pirañas
Las faltas de Alexandre Benalla, excolaborador de máxima seguridad del presidente de Francia, Emmanuel Macron, capturado en un video golpeando a un manifestante el 1 de mayo, son inexcusables. Macron cometió varios errores de criterio al confiar durante demasiado tiempo en un matón joven, inexperto y aparatoso. Y hay que reconocer el mérito de los periodistas que obligaron al Palacio del Elíseo a poner fin a dos meses y medio de silencio culpable y a cortar vínculos con Benalla. Paralizados por el constante redoble de reformas importantes de Macron, sus opositores encontraron en este escándalo una buena batalla que librar. Pero nadie debería deleitarse con el hecho de hayan sido la líder de extrema derecha Marine Le Pen y el líder de extrema izquierda Jean-luc Mélénchon quienes lideraran los ataques contra Macron. Hubo algo profundamente hipócrita en el espectáculo de estos viejos veteranos defendiendo a la policía contra las “milicias”, cuando lo único que hacen es alentar el resentimiento y la hostilidad. En un artículo de ‘Le Journal du Dimance’, funcionarios del partido de Mélénchon, Francia Insumisa, engreída y cínicamente discuten planes para “elevar el tono”, “golpear” al rival X o Y, “obtener” información secreta sobre el “artículo 40 del Código de Procedimiento Penal” y hacer que la crisis sea lo suficientemente “importante” como para “dañar al presidente”. Pero por más que lo deseen, el asunto Benalla no es ningún Watergate. Fue una equivocación rápidamente revelada por la prensa, que dio lugar a varias investigaciones y averiguaciones policiales, así como a una comisión parlamentaria que exigió la comparecencia del propio ministro del Interior. Cuando el Estado y el Gobierno actúan con tanta celeridad, sin encubrir nada, no existe ningún escándalo grave que pueda amenazar a un régimen. La subestimación por parte de Macron de la violencia de Benalla fue un grave error, pero no fue lo que Mélénchon, en una entrevista con Le Monde, llamó “una puerta abierta a una forma de barbarie” y ciertamente no justificó la subsiguiente parálisis del Parlamento. Aún más alarmante es la estampida que vino después. Un clip de 11 segundos del video original de Benalla golpeando a un manifestante, se transmitió una y otra vez en los canales de noticias, casi en simultáneo con especulaciones grotescas sobre la vida privada de la pareja presidencial. Nuestro mundo ha estado animado por deseos básicos e inmediatez reactiva desde hace algún tiempo. Por primera vez, la histeria de ciertos medios y analistas alcanzó un punto culminante casi de inmediato. Le Parisien, por ejemplo, publicó el titular: “Un asesor demasiado especial”, con una foto sugestiva, y el blog del intelectual público Michel Onfray describió a Benalla como “el favorito del rey”. El zumbido de tuits y foros de Facebook se convirtió en gritos de hambre con una obsesión: devorar a Macron. Frente a un mundo que se está volviendo salvaje y al ascenso de “democradictaduras” y demagogos, son muy pocos los líderes que se esfuerzan por mantenerse firmes contra la Rusia de Putin, el fascismo en Hungría y Polonia, y los terremotos políticos generados por Donald Trump. Macron es uno de ellos. Podemos no estar de acuerdo con él sobre la reforma ferroviaria, crisis de los migrantes, el presupuesto de mañana, etc., pero, en una Europa a la deriva y un mundo al borde del abismo, no podemos quitarle la virtud de ser uno de los últimos capaces de resistir a la nueva internacional nacionalista. Quizá los políticos de la derecha francesa tradicional deberían preocuparse más por el estado del mundo que por el escándalo veraniego de hoy.
Frente al caos amenazante y a la creciente devastación en Europa y más allá, Benalla es un pez pequeño. Concentrarse en él solo beneficiará a las pirañas’.