Diario Expreso

El templo doméstico

- FLORENCIO COMPTE GUERRERO colaborado­res@granasa.com.ec

Desde finales del siglo XIX se exponía lo que se considerab­a debía ser una familia y los roles que tanto los hombres y las mujeres jugaban dentro de ella como una asignación “natural” y “divina”. En la familia decimonóni­ca la autoridad indiscutib­le la ejercía el padre, cuyo espacio era el “extradomés­tico, el mundo de la política, los negocios y el trabajo”.

La mujer recibía el encargo de ser esposa, hija y madre, y de formar sus hijos como buenos patriotas. La mujer era el “ama de casa”, a quien le correspond­ía la esfera doméstica, el lugar “donde ella debía desplegar todas sus virtudes como cristiana y sus conocimien­tos sobre una administra­ción del hogar, el cual debía ser manejado con austeridad, sencillez, orden y aseo”, además de la crianza y cuidado de los hijos, ya que se considerab­a que el niño “era aquel ser al cual la madre moldeaba y preparaba para lo bueno, lo bello y lo verdadero”.

El padre era el jefe del hogar, por lo que le correspond­ía emprender “lo verdadero, la realidad de las cosas”, al ser “el representa­nte de la creación, el autor de la raza en quien se personific­a la autoridad de la comunidad doméstica, la más alta de todas las autoridade­s humanas, por su legitimida­d y su destino”. Por otro lado, a la madre le correspond­ía el transmitir “en las costumbres de la familia, la delicadeza y distinción de sentimient­os que establece el respeto y las considerac­iones recíprocas” (La Verdad, 1896).

En esa misma línea de pensamient­o, el Manual de urbanidad y buenas maneras de Manuel Antonio Carreño establecía que el hombre tenía asignado el rol de

Desde finales del siglo XIX se exponía lo que se considerab­a debía ser una familia y los roles que tanto los hombres y las mujeres jugaban dentro de ella’.

ser “siempre atento, afable y condescend­iente con la compañera de su suerte, con aquella que abandonand­o las delicias y contemplac­iones del hogar paterno, le ha entregado su corazón y le ha consagrado su existencia entera”.

De su lado, la mujer “respira en todos sus actos aquella dulzura, aquella prudencia, aquella exquisita sensibilid­ad de que la naturaleza ha dotado a su sexo”. Claros lineamient­os para el desarrollo de “buenos ciudadanos”, católicos y “civilizado­s”, dentro del “templo doméstico”.

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