Diario Expreso

La compulsión ludópata de Trump

- Project Syndicate

En la reunión cumbre con el presidente estadounid­ense Donald Trump en Helsinki, el presidente ruso Vladimir Putin demostró que sigue siendo un maestro del arte que perfeccion­ó en los ochenta, cuando era agente soviético en Alemania del Este. Ante la impasible mirada de miembro entrenado de la KGB de Putin, Trump se desinfló. Tras la reunión, declaró que le creía a Putin cuando este dijo que Rusia no tenía motivos para interferir en la elección presidenci­al de 2016. Muchos miembros del aparato de seguridad estadounid­ense, políticos demócratas e incluso algunos republican­os salieron enseguida a criticarlo. Paul Ryan, presidente republican­o de la Cámara de Representa­ntes, dijo que Trump “debería darse cuenta de que Rusia no es nuestro aliado”. Algunos llegaron a denunciar la conducta de Trump como “traición”. Este, como siempre, dio marcha atrás; dijo que había articulado mal una “doble negación”, y que lo que quiso decir fue: “No veo ningún motivo por el que no pueda haber sido Rusia”. Pero después, en otra de sus jugadas caracterís­ticas, relativizó su retractaci­ón: “También pudieron ser otros. Hay muchos otros por ahí”. Ahora Trump dice que si Rusia interfiere otra vez, será para ayudar a los demócratas. Tantas marchas y contramarc­has reforzaron la creencia de que Putin sabe algo sobre Trump (lo que al parecer complace al presidente ruso). Con el argumento de que está tratando de mejorar las relaciones con Rusia en aras del interés nacional de EE. UU., poco después de la cumbre Trump invitó a Putin a visitar la Casa Blanca en un futuro cercano, a lo que Putin correspond­ió invitando a Trump a visitar el Kremlin. Pero el entusiasmo de Trump (y su voluntad de contrariar a sus críticos) no equivalen a una genuina apertura a una cooperació­n mutuamente beneficios­a, como la que se vio en 1959, cuando Dwight Eisenhower invitó a Nikita Khrushchev a visitar EE. UU., y en 1986, cuando Mikhail Gorbachev y Ronald Reagan se encontraro­n en Reikiavik. En vez de eso, la conducta del presidente parece una continuaci­ón de servilismo que pone la piel de gallina a otros dirigentes estadounid­enses. Muchos miembros del aparato de seguridad de EE. UU. consideran que la aparente influencia de Putin sobre Trump plantea una amenaza existencia­l a la democracia estadounid­ense, similar a la de la URSS en el clímax de la Guerra Fría. Pero la histeria creciente en torno de Rusia también es una amenaza grave, ya que neutraliza la política exterior de EE. UU. con riesgo de terminar entregando a Putin la influencia global que anhela y por la que ha corrido grandes riesgos, como invadir Georgia en 2008, anexar Crimea en 2014 e intervenir en la guerra civil siria. Putin les está ganando la partida a Trump y a EE. UU. Y la mayor amenaza global es la presidenci­a aberrante (y cada vez más aborrecibl­e) de Trump, sobre todo porque ofrece a Putin más oportunida­des para el aventureri­smo y la degradació­n del poder estadounid­ense. El temerario ocupante de la Casa Blanca es un perdedor que hace una generación apostaba con el dinero de otra gente en la industria de los casinos y ahora está poniendo en juego un activo mucho más precioso. Para cuando se levante de la mesa, sería una suerte que EE. UU. conserve algo de su prestigio global.

El caos inducido por Trump ha resultado hasta ahora funcional a Rusia, y es evidente que Putin decidió agitar más el avispero’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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