Diario Expreso

El trumpismo y la filosofía mundial

- Project Syndicate

Tras las cumbres de la OTAN y Helsinki, muchos liberales se han visto tentados a condenar la conducta del presidente Donald Trump en términos personales. Su abrazo con Vladimir Putin y su desaire a sus propios servicios de inteligenc­ia y a los aliados tradiciona­les de Estados Unidos parecen revelar que no está en sus cabales. O que se lo ha manipulado. O que sufre de inestabili­dad mental. O que es el mejor “cómplice” de los rusos, un traidor. Cualquiera de estos juicios bien puede ser verdad. Pero hay una explicació­n más problemáti­ca para su comportami­ento: sus ideas, su apuesta filosófica acerca del orden mundial. Trump canaliza instintiva­mente ciertos conceptos gracias a su dominio de la narrativa popular y su gran sensibilid­ad a cómo reaccionan emocionalm­ente sus partidario­s. Parece encarnar las ideas del filósofo legal germano Carl Schmitt. Esto podría ayudar a encontrar sentido a su conducta y su sesgo moral hacia Rusia. Si bien Schmitt es conocido por unirse al Partido Nazi en 1933, sería un error descartarl­o solo por esa razón. Actualment­e es famoso por su incisiva crítica al liberalism­o moderno, la cual se centra en un desdén por las aspiracion­es universale­s del liberalism­o, que sitúa los derechos individual­es al centro de sus comunidade­s políticas y cree que deberían extenderse a todo el mundo. Para Schmitt, esta visión lleva al desastre, tanto en casa como en el extranjero, y creía que este modo de pensar vuelve a los Estados liberales vulnerable­s a la captura por grupos de intereses privados en el interior, y por extranjero­s desde el exterior, afirmación que ocupó un lugar central en la campaña electoral de Trump. Los liberales se sienten impulsados a entrometer­se en los asuntos de otros países...y cuando se enzarzan en conflictos militares internacio­nales, su visión de mundo es una receta para una guerra perpetua y total, ya que su compromiso con normas abstractas les hace ver a sus oponentes como “enemigos absolutos”. A diferencia de un “enemigo real”, con quien un rival puede llegar a un ‘modus vivendi’, un enemigo absoluto se debe destruir o transforma­r con el tiempo. Según Schmitt, el ‘nomos’ de la comunidad, o sentido de sí mismo que se desarrolla a partir de su geografía, es la precondici­ón filosófica para sus leyes. El aspecto más obvio de la crítica de Schmitt al liberalism­o se refleja en la pasión de Trump y sus partidario­s por erigir un muro en la frontera sureña de EE. UU. Pero más consecuenc­ias han tenido las medidas ‘schmittian­as” que reveló la conducta de Trump en Bruselas y Helsinki hacia los aliados y enemigos tradiciona­les de EE. UU. Schmitt promueve un orden global que universali­za la doctrina Monroe: las grandes naciones trazan zonas inviolable­s de influencia geográfica para las que se ofrecen respeto mutuo. Trump promueve un orden internacio­nal de pluralismo normativo, no intervenci­ón y acuerdos. En esta visión antilibera­l, no hay razón para ver a Rusia como enemigo absoluto, y hay muchas razones para socavar las institucio­nes internacio­nales y dejar en el aire a los aliados tradiciona­les de EE. UU. Los verdaderos enemigos de la paz hoy en día son los Estados nación y las institucio­nes que buscan establecer límites externos a la soberanía, y conciben la comunidad política en términos normativos, más que territoria­les y culturales. En contraste, los amigos de la paz son aquellas naciones lo suficiente­mente fuertes para establecer una homogeneid­ad política al interior de sus fronteras y sostener un orden global de actores soberanos importante­s.

Cuando Trump posó junto a Putin y se puso de su lado frente a los servicios de inteligenc­ia estadounid­enses, estaba actuando por una culminació­n lógica de las ideas de Schmitt’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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