¿Igualdad para todos?
El mes pasado, en el York Festival of Ideas (foro anual para debatir sobre objetivos políticos alternativos y predominantes progresistas, hablé acerca de mi trabajo sobre la estabilización de los precios de los activos, entre otros expositores. Pero el tema más importante lo planteó la fascinante presentación de Wanda Wyporska sobre el principio de igualdad para todos. Hoy en día pocos que se ubican políticamente a la izquierda o a la derecha abogarían activamente por la desigualdad para todos. Más bien, la división se da entre los conservadores, que promueven la igualdad de oportunidades y los progresistas, que promueven la igualdad de resultados. Es una distinción importante. Pero, ¿cuál es la mejor manera de lograrla? A pesar de que el Estado-nación no es una institución perfecta, ha proporcionado a los partidos socialdemócratas occidentales las herramientas para mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos. Las democracias occidentales no siempre proporcionaron pensiones y atención médica a sus ciudadanos. Las leyes que rigen las condiciones de trabajo, que prohíben el trabajo infantil, brindan educación gratuita y otorgan el sufragio universal a todos los hombres y mujeres adultos no surgieron de la nada, sino como resultado de los movimientos de reforma y conflictos políticos a lo largo de 200 años. La liberalización de los controles de capital pos-bretton Woods, en ausencia de protecciones equivalentes para los trabajadores, condujo a resultados predecibles. Los sindicatos que durante mucho tiempo habían protegido los derechos de los trabajadores en los países occidentales perdieron su poder de negociación, y de obtener condiciones de trabajo más humanas y salarios más altos dentro de sus países. Cuando los líderes de opinión de las democracias occidentales promueven el libre movimiento internacional de capitales, se podría decir que están promoviendo la causa de la igualdad global elevando los salarios de los trabajadores en los países en desarrollo. Pero las élites occidentales también se benefician de salarios más altos y mayores ganancias cuando el capital intelectual y físico fluye a países de bajos salarios con protecciones laborales más débiles. Mientras que la globalización ha reducido la brecha entre los países ricos y pobres, la brecha entre los ricos y los pobres dentro de las democracias occidentales se ha ampliado, debido al estancamiento del crecimiento del ingreso medio. Los economistas no están de acuerdo sobre las causas de esta divergencia. Parte de esto probablemente se debe a las nuevas tecnologías que reemplazan cada vez más a los trabajadores que realizan tareas repetitivas. Pero, la investigación realizada por David H. Autor, académico de MIT y por otros halló que una gran parte de la creciente brecha de ingresos refleja una mayor competencia que proviene desde China. Esto presenta un dilema para aquellos que buscan promover la igualdad para todos. El mundo en su conjunto no es una democracia y es poco probable que se convierta en una en el futuro previsible. Si los políticos de las democracias occidentales continúan promoviendo políticas que erosionan los límites del Estado-nación, los ciudadanos de clase trabajadora y de clase media -quienes están en competencia directa con trabajadores poco cualificados en los países en desarrollo- los echarán de sus puestos con sus votos. La igualdad para todos es un objetivo admirable. Pero al esforzarnos por lograrla no debemos arriesgarnos a perder los logros de la igualdad interna que han proporcionado dos siglos de progreso social.
El mundo en su conjunto no es una democracia y es poco probable que se convierta en una en el futuro previsible’.