Duros tiempos para los tipos duros
Parece que las acciones de los líderes autoritarios cotizan en baja. El mercado todavía no se derrumbó, pero los autócratas tienen pocos motivos para el optimismo. En China, es raro que las disputas políticas dentro del (PCC) alcancen un nivel tal que ya no se las pueda ocultar. Sin embargo, se oyen sordos ruidos de inquietud y han circulado rumores de que en las filas del PCC aumentan las críticas al culto de personalidad en torno de Xi, quien debería preguntarse si fue buena idea revertir las reformas de Deng Xiaoping -ignorando los precedentes sentados por líderes anteriores del PCC- y reconsiderar su retórica triunfalista ante las sensibilidades nacionalistas del presidente estadounidense Trump y su proteccionismo agresivo. Quizá quiera reevaluar su política insignia, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, cada vez más criticada como mecanismo para que China exporte deuda a otros países endeudados, muchas veces con inversiones en elefantes blancos y otros proyectos dudosos. En tanto, el nuevo mejor amigo de Xi, el presidente ruso Vladimir Putin, aún es políticamente inexpugnable, lo que puede deberse a que muchos de sus críticos “terminan muertos”. El gobierno de Rusia todavía obtiene 40 % de sus ingresos del gas y el petróleo y la economía (desprovista de dinamismo emprendedor e inversión extranjera) sigue moribunda. Pero los problemas de Putin y Xi no son nada comparados con los del presidente turco Recep Tayyip Erdogan y los de Trump, ahora implicado en un delito federal por su viejo abogado y reparador de entuertos. Erdogan, tras quince años de llegar al poder a lomos de una crisis cambiaria, ahora parece decidido a fabricarse una crisis propia. Este año la lira turca perdió 38 % de su valor en comparación con el dólar, casi exclusivamente por culpa de su analfabetismo económico, su amiguismo y su negativa a escuchar puntos de vista alternativos. Nunca se esforzó en convertirse en líder para todo el país y su arrogancia ha profundizado divisiones entre los secularistas pudientes y los musulmanes rurales más pobres que forman su base de apoyo. La crisis actual es todavía más trágica porque es innecesaria. Turquía es un importante nodo regional, con 81 millones de personas, puente entre Occidente, Medio Oriente y Asia Central, y capacidad para ser potencia económica. Pero las políticas de Erdogan están arrastrando la economía al abismo. Con la lira en caída libre y la inflación disparada, presionó al Banco Central para que no suba los tipos de interés, teme que desacelerar el crecimiento perjudique a su partido en las elecciones municipales de 2019. Pero en los próximos 12 meses tendrá un déficit de cuenta corriente cada vez mayor y una montaña de deuda en dólares. Para colmo, hace poco designó un ministro de finanzas sin cualificación para el cargo, su yerno, lo que inquietó todavía más a los mercados, y está trabado en una disputa diplomática y comercial cada vez mayor con EE. UU. por el arresto de un pastor estadounidense acusado de complicidad en el intento de golpe de 2016. Trump, por su parte, convirtió la liberación del pastor en una cruzada personal y en la disputa con Ankara lanzó aranceles a diestra y siniestra, pese al perjuicio que eso puede traer a empresas y consumidores estadounidenses, y a que Turquía es un importante aliado de la OTAN. Parece decidido a expulsarla de la alianza y arrojarla a brazos de Rusia y China. A diferencia de los aspirantes actuales a la condición de “hombre fuerte”, un líder realmente firme se alzaría en defensa de la cooperación internacional y trataría de convencer de su importancia a los votantes.
En tanto, oremos para que tipos con vocación de duros como Trump y Erdogan no hagan mucho daño a sus respectivos países y al resto del mundo. Es hora de hacer que la cooperación sea grande otra vez’.