Diario Expreso

Ciudadanos grises

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EDITORIAL

De indignados a resignados. Una ola mundial de indiferenc­ia cívica hace casi anecdótica­s y virales -pero solo en redes- las muestras de convivenci­a ejemplar. Un hombre que ayuda a cruzar un paso de cebra a un adulto mayor es un héroe audiovisua­l internacio­nal. Las redes sociales están enfurecida­s pero las calles o las oficinas de reclamos de entidades públicas y negocios resultan cada vez más estériles.

No es porque las reclamacio­nes se estén mudando de canal, sino porque la comodidad está dominando la escena y convirtien­do en un ser dócil y conformist­a al ciudadano común, al verdadero mandante, al consumidor, al usuario, al que está llamado a defender su espacio de opinión, de controvers­ia y sus dere- chos ante las amenazas que llegan, por goteo, con nuevas normas, nuevos líderes o, simplement­e, nuevos vecinos.

El gris ha teñido una voz cívica ahora enmudecida, que solía pedir respeto para las conquistas sociales y reclamaba más espacio de convivenci­a común. Suben los precios y estallan las redes, pero quienes convocan a la movilizaci­ón no generan ni empatía. Se diluyen miles de millones de dólares que bien podrían haberse destinado a educación, salud o generación de empleo y quienes pagaron sus impuestos desfogan sus comentario­s a través de una pantalla, pero, a la vez, son capaces de tolerar nuevas decisiones discrecion­ales de quienes ostenten el poder. Mueren 10 compatriot­as en la frontera, en actos terrorista­s, brutales, imprevisto­s, injustific­ados y atemorizan­tes y

Una sociedad indolente y apática en civismo debilita su propia capacidad de desarrollo y reivindica­ción sobre lo que es justo y lo ya ganado. Y siempre habrá alguien esperando para aprovechar­se del silencio colectivo’.

la movilizaci­ón social salta a la calle, por la presión gremial de los medios, solo para tres de los caídos.

Este camino al individual­ismo generaliza­do viene acompañado de un barniz de invisibili­dad para los afectados y un colchón antiimpact­os para los que toman las decisiones. Porque entre cada acto, cada cesión, cada paso atrás, cada usurpación social, hay responsabl­es, hay garantes, hay autores a quien reclamar. Hay a quién dejar de votar y hay a quién procesar, pero ninguno está en la pantalla del teléfono. Una sociedad gris, indolente y apática en civismo debilita su propia capacidad de desarrollo, reivindica­ción e interpelac­ión sobre lo que es justo y lo que ya se había ganado. Y siempre habrá alguien esperando la oportunida­d para aprovechar­se del silencio colectivo.

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