Guayaquil en el Gobierno Nacional
EDITORIAL
Sin afanes regionalistas, que Expreso no cultiva, precisamente por mantener una visión nacional de los asuntos públicos, cabe reflexionar sobre la presencia de funcionarios guayaquileños en los altos niveles gubernamentales. Conviene partir en la presente consideración de una claramente asumida realidad: los guayaquileños que desempeñaron altas funciones durante la década recién pasada, salvo las excepciones que confirman la regla, no fueron precisamente paradigma de gobierno honrado y eficiente. El ‘mea culpa’ es necesario para poder reclamar sin recibir objeciones ya admitidas, la escasa presencia actual de ciudadanos nacidos en la ciudad de Octubre en el gabinete ministerial.
El hecho cierto es que luego de más de diez años de tener a un hijo de Guayaquil presidiendo el destino de la República, pareciera que su desempeño y el de muchos de sus colaboradores dio lugar a un enorme desencanto por su estilo y por la calidad de su gestión, que ha llevado al presidente Moreno a buscar en otras regiones del país a sus colaboradores de más alto rango.
Grave es admitirlo -pero hay que hacerlo, cuando la evidencia impide otro punto de vista- que la corrupción, desde el vicepresidente del último mandato para abajo, maculó, con muchos ministros guayaquileños involucrados, al régimen anterior.
Tan lamentable resultó la situación que incluso muchas autoridades de control nacidas en el Puerto Principal coadyuvaron con su complicidad al auge delincuencial que se sufrió durante la
Sin otro ánimo que esclarecer, es un deber a cumplir el rechazo de las generalizaciones absurdas’.
década infame. Sin embargo, ecuatorianos de otras provincias que también participaron del festín siguen manteniendo altas posiciones de gobierno.
Resulta obligatorio entonces, insistir en que no se generalice una condición -la corrupción- que abarca a una determinada comunidad política antes que a una sola región del país, como actitud propia de los políticos guayaquileños. Pruebas de sobra existen de comportamientos honestos y eficientes de profesionales y trabajadores de esta región del país y de Guayaquil, caracterizados por su desempeño virtuoso, que bien podrían estar sirviendo a la República desde las altas funciones que ahora desempeñan compatriotas de otros lugares. Lo señalado resulta imperativo, pues no se debe atribuir a los coterráneos el patrimonio de la corrupción.