Cómo debatir con un populista
En muchos países occidentales, las divisiones sociales y políticas se han ensanchado al punto de parecer insalvables. Pero lo mismo pudo pensarse en los 60, época tan conflictuada como la nuestra, y sin embargo, al final las divisiones de aquel momento se superaron. La diferencia estuvo en el discurso. En Alemania, desafíos externos, como la Guerra Fría y presiones internas, como la primera recesión de posguerra y el aumento del desempleo, sometieron el aún frágil orden democrático a los embates del radicalismo de izquierda (comunista) y de derecha (nacionalista). En 1968 estallaron protestas estudiantiles en Europa y EE. UU., en rechazo a la Guerra de Vietnam y el ‘establishment’. Como ahora, en los 60 la comunicación entre personas con puntos de vista opuestos era difícil, pero en el debate público había un grado de civilidad que hoy ‘brilla por su ausencia’. Se entendía que negarse a dialogar solo reforzaría la mentalidad de “nosotros contra ellos”, que da impulso al radicalismo. A pesar de la vehemencia del desacuerdo entre debatientes, se dieron mutuamente la oportunidad de exponer argumentos en torno a revolución, libertad y democracia. En 1967 se celebró un asombroso debate público en la Universidad de Hamburgo sobre radicalismo en democracia. Comenzó con el líder del partido democrático alemán NPD, que expuso sus ideas políticas, evaluó sin remordimientos la actuación de Alemania en la II Guerra Mundial y explicó el ascenso del NPD. Luego el sociólogo y líder del FDP analizó la variada base de seguidores del NPD, y declaró que aunque comprendía a qué se oponía, no tenía tan claro qué defendía ¿Apoyaba siquiera la democracia? Después lanzó otro desafió al preguntarle si hubiera apoyado el intento de golpe contra Adolf Hitler en 1944. A lo que este eludió dar una respuesta directa, pues no hubiera luchado junto con su hermana en la resistencia. Sin embargo, el líder del NPD se mostró convencido de que la suerte del NPD debían decidirla los votantes, no los tribunales, idea que se reiteró en una encendida declaración sobre el hecho de excluir del debate a los comunistas de Alemania occidental, concluyéndose que una democracia liberal no puede excluir a radicales de una orientación y tolerar a los de otra. Es difícil imaginar a políticos de los partidos principales e intelectuales públicos de la actualidad debatir abiertamente, con tanta profundidad y respeto mutuo. Cada bando prefiere predicar para los suyos dentro de burbujas mediáticas donde hay poca demanda de una discusión auténtica de ideas contrarias. Y muchos líderes del ‘establishment’ creen que dialogar con figuras radicales es demasiado peligroso porque una mayor exposición podría conferirles más legitimidad. Pero esta postura también es muy arriesgada, por la obstinada negativa a ver los cambios sociales que han impulsado a las ideologías extremistas. Para cumplir la responsabilidad de preservar el bien público, las élites culturales y políticas deben renegar del elitismo y permitir un diálogo más constructivo entre grupos distintos. Como el NPD en los 60, la AFD debe su éxito en la elección federal a la negativa de las élites políticas, económicas y académicas del país a dialogar en forma constructiva con la opinión pública, y mucho menos con aquellos a los que la opinión pública juzgó dispuestos a escuchar sus inquietudes.
...tal vez implique dar a los populistas más visibilidad, y se normalicen ideas extremistas. Pero las amenazas de la polarización agresiva de la esfera pública (que han sabido explotar) son mucho mayores’.