DESILUSIÓN
El ambiente entre profesores y alumnos es de pesimismo: ellos conviven con la enorme posibilidad de que su objeto de estudio se haya convertido en polvo.
Luzia era la joya de la corona del museo. Su descubrimiento abrió las puertas a una serie de hipótesis sobre la colonización del continente. Estudios realizados con su cráneo en los 80 por el profesor Walter Neves indicaron que los primeros nativos de América posiblemente tenían origen africano. Los rasgos de Luzia se parecían poco a los de los indígenas brasileños de la época del descubrimiento. A partir de ahí, se formuló la hipótesis de que hubo una primera corriente migratoria hacia Brasil con estas características morfológicas africanas, que habría cruzado de Asia a América por el estrecho de Bering hace 14.000 años, seguida de otra ola de migrantes con rasgos asiáticos, como los de los amerindios, hace unos 12.000 años. Su delicado cráneo estaba guardado dentro de una caja de acero en los archivos del museo incendiado.
En los pasillos y armarios del Museo Nacional también se encontraban fósiles que sugieren que los amerindios eran descendientes directos de los pueblos polinesios. Eran unos 40 esquele- tos de indígenas bocotudos, un grupo ya extinto, del período del contacto con los portugueses.
El incendio también puede haber acabado con las investigaciones relacionadas con uno de los pueblos más peculiares de Brasil: los sambaquianos. Eran indígenas que habitaban la región costera del país y vivían en lo alto de montículos de conchas y espinas de pescado, denominados sambaqui, que podían alcanzar varios metros de altura y también servían de sepultura. Era un pueblo que habitaba el litoral brasileño, y la mayoría de los sambaquis ya no existen, en su lugar se alzaron edificios y otros tipos de construcciones. El museo albergaba la mayoría del material de estos pueblos, entre utensilios, esqueletos y partes del propio sambaqui.
El acervo del museo también contenía grabaciones de conversaciones, cantos y rituales de decenas de sociedades indígenas, muchas realizadas durante los años 60 en antiguas grabadoras de rollo y que todavía no se habían digitalizado. Algunas registraban lenguas ya extintas, que no tienen hablantes originarios todavía vivos. “La esperanza es que otras instituciones tengan registros de estas lenguas”, dice la lingüista Marilia Facó Soares. La investigadora, que trabaja con los indígenas tikuna, el mayor grupo de la Amazonía brasileña, cree que ha perdido parte de su material.