Justicia divina
Alemania, Estados Unidos, Chile. Los tres países donde este año se destapó la olla de grillos. Los resultados sobre las investigaciones realizadas a los abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos a sus fieles no pueden taparse con ningún dedo. Por ningún fanático. Por ningún ciego. Especialmente porque a partir de estos informes el papa Francisco convocó a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo para adoptar medidas de “prevención de abusos a menores y adultos vulnerables”. Se llevará a cabo del 21 al 24 de febrero en el Vaticano. Entiendo el optimismo generalizado detrás de la noticia: al fin. Al fin un poco más de palabras de “perdón” y “vergüenza”. Al fin aceptación de un fenómeno y no de casos aislados. Al fin, ante los ojos del mundo; no el ocultismo. Sin embargo, a pesar de las expectativas, me mantengo fiel al escepticismo. No tengo fe en los presidentes de las conferencias episcopales. Y por lo tanto tampoco en las conclusiones a las que puedan llegar. Hace algún tiempo ya, un cargo alto en la Iglesia no (me) es sinónimo de confianza. Especialmente cuando las figuras “históricas”, esos obispos reverenciados (en Chile y Estados Unidos), han terminado en la deshonra del encubrimiento. Y no es que quiera caer en la generalización, ¿pero cómo no hacerlo cuando dos de los C9 (los nueve cardenales más cercanos al papado) están involucrados en procesos por escándalos? Francisco Javier Errázuriz y George Pell, que aún no tienen negada la entrada a la reunión episcopal. Considerando el perfil de los participantes (hombres, mayores, conservadores), dudo que se traten temáticas relacionadas al celibato o la apertura de la mujer al sacerdocio. Lo que sí espero, y creo que habrá mayor apertura para dialogar, es sobre qué medidas concretas se van a exigir en la institución para (i) evitar la ocasión en que ocurran estos crímenes y (ii) terminar con la cultura de encubrimiento y silencio. Según la teoría de Robert Michael, esto último sería imposible, ya que una característica propia de todas las organizaciones es orientarse hacia la supervivencia. Lo trágico sería que lo así haga, pues sería firmar su condena.