Humano, simplemente humano
Los seres humanos ocupamos un lugar en la inmensa cadena de sentimientos. Algunos son extremadamente sensibles y responden emotivamente a situaciones que les sobrevienen; otros, en el extremo opuesto de esa cadena, son insensibles al dolor ajeno, por crudo y patético que este sea. Los primeros suelen ser víctima de las supercherías de los demagogos y los últimos integran, en variada escala, un grupo humano que discrimina o rechaza a sus semejantes por su origen étnico o simplemente por ser extraños a su nación. Se afirma que la xenofobia, ese temor y rechazo al extraño, no encaja en el ámbito médico; pero muchos de sus practicantes merecerían ser considerados, bajo un enfoque simplemente humano y ético, como seres inmersos en la psicopatía. La vida nos ha visto nacer blancos, negros, amarillos, cobrizos o mestizos, y en tal diversidad nos movemos entrelazados... y también colisionando.
La reflexión que antecede viene a propósito del éxodo venezolano que ha llegado a nuestra latitud, huyendo de la estupidez entronizada en ese gobierno. Confieso habérseme estrujado el corazón al ver a estos hermanos sumidos en la desesperación, angustiados por ignorar lo que la suerte les depare, impotentes ante el desamparo, hambrientos y sin cobijo, clamando por un trato humano que les aliente a enjugar sus lágrimas por la vulnerabilidad de quienes les acompañan en su odisea.
La historia de la humanidad está llena de pasajes semejantes. La Biblia narra el éxodo de una nación entera, huyendo de la esclavitud y de la persecución racista y con destino a la que consideraban su Tierra Prometida. Dando un gran salto en el tiempo, el siglo pasado fue también manchado con el holocausto sufrido por el pueblo judío a manos del demencial nazismo. Se escupió la historia y hoy estamos a punto de escupirla nuevamente en aras de regulaciones burocráticas que atentan contra los derechos humanos de esos desprotegidos.
Ecuador ha visto emigrar a cientos de miles de compatriotas y rehacer sus vidas exitosamente. La superación personal en tierras extrañas parece ser una constante en la mayoría de migrantes. Son laboriosos, respetuosos de las leyes y aportan al desarrollo de los países que los acogieron. Lo mismo hemos apreciado en quienes han migrado a nuestro país. Árabes, judíos, asiáticos, libaneses, italianos, hispanos y un gran etcétera, en su mayoría llegaron a América en precarias condiciones económicas y supieron surgir, prosperar y coadyuvar a la prosperidad del país receptor. Un ejemplo que me complace citar es del caballeroso amigo Alfredo Czarninski, quien huyó también de la bárbara persecución nazi. Una vez en Ecuador, comenzó a laborar como vendedor callejero. La empresa por él montada hoy da trabajo a más de diez mil ecuatorianos y constituye un polo de desarrollo social y económico de nuestro país.
No creo que el Ecuador aspire a constituirse en Tierra Prometida. Ojalá lo fuera. Sus diferencias con el infierno venezolano son, sin embargo, abismales y es nuestro deber moral demostrar que no hemos renunciado a nuestra condición humana; que lo humano, simplemente humano, no es difícil de lograr. La xenofobia germinada al interior de la administración pública gracias a un nacionalismo equivocado, estaría dificultando la admisión y estadía legales de esos hermanos. Darles la mano también es un ejercicio soberano que dignifica a quienes la extienden.
Ecuador ha visto emigrar a cientos de miles de compatriotas y rehacer sus vidas exitosamente. La superación personal en tierras extrañas parece ser una constante en los migrantes’.