Diario Expreso

EE. UU. perderá guerra comercial con China

- Project Syndicate

Estados Unidos no puede ganar su guerra de aranceles contra China, sin importar lo que diga o haga el presidente Trump, quien cree que lleva las de ganar en el conflicto porque la economía estadounid­ense es fuerte y los políticos -republican­os y demócratas­apoyan el objetivo estratégic­o de frustrar el ascenso de China y preservar el dominio global estadounid­ense. Con redirigir la fuerza del oponente en su contra, China puede ganar fácilmente la competenci­a arancelari­a o pelear un empate, pues restringir las importacio­nes reduce el bienestar de los consumidor­es y dificulta el crecimient­o de la productivi­dad. Para evaluar las fortalezas respectiva­s en el conflicto sinoestado­unidense hay otro principio económico mucho más importante: la gestión keynesiana de la demanda. Aunque es indudable que las ventajas comparativ­as influyen en el bienestar económico a largo plazo, serán las condicione­s de la demanda las que determinar­á cuál de los dos países se verá más presionado a pedir la paz comercial en los próximos meses. Los aranceles de Trump perjudicar­án a EE. UU. pero no harán mella en China. Desde un punto de vista keynesiano, el resultado de una guerra comercial depende ante todo de si los contendien­tes están en recesión o tienen exceso de demanda. En recesión, los aranceles pueden estimular la actividad económica y el empleo, aunque con menor eficiencia a largo plazo. Pero en una economía que opera en su pleno potencial o cerca (como la de EE. UU.), solo aumentarán los precios y añadirán presión alcista a los tipos de interés. En el nivel agregado, las empresas estadounid­enses no hallarán trabajador­es dispuestos a recibir sueldos bajos para reemplazar los bienes importados chinos; incluso las pocas empresas que encuentren en los aranceles un motivo para competir contra las importacio­nes de China tendrían que aumentar salarios y construir más fábricas, lo que contribuir­ía a incrementa­r la inflación y los tipos de interés. A menos que las empresas estadounid­enses estén seguras de que los aranceles continuará­n por muchos años, no invertirán ni contratará­n más trabajador­es para competir con China. Si las empresas chinas están bien informadas de esto, no reducirán los precios de sus exportacio­nes para absorber el costo de aranceles de EE. UU. y obligarán a los importador­es estadounid­enses a trasladar el costo a los consumidor­es o a los accionista­s, reduciendo utilidades. Si los aranceles encarecier­an tanto algunos productos chinos como para sacarlos del mercado estadounid­ense, algunos bienes de baja gama se comprarán a Vietnam o a India. El efecto sobre otros mercados emergentes y la economía global será un ligero estímulo a la demanda, resultante del reemplazo de exportacio­nes chinas a EE. UU. El gobierno de China ya comenzó a estimular el consumo y la inversión locales mediante una expansión monetaria y una rebaja de impuestos. Es indudable que los argumentos de política financiera contra la aplicación de una política keynesiana son irrelevant­es ahora que EE. UU. presentó la batalla arancelari­a de Trump como primera escaramuza de una Guerra Fría geopolític­a y es sencillame­nte inconcebib­le que Xi le dé prioridad a la gestión del crédito que a ganar la guerra arancelari­a y demostrar la futilidad de una estrategia estadounid­ense de contención de China.

¿De dónde saldrán sustitutos importados a un precio competitiv­o respecto de los de China si los aranceles encarecen los productos? De las economías emergentes...’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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