Diario Expreso

EE. UU. y Arabia Saudita después de Khashoggi

- Colaborado­res@granasa.com.ec

El supuesto asesinato del periodista disidente saudí Jamal Khashoggi -residente permanente de Estados Unidos- en el consulado del Reino en Estambul ha desatado una ola gigantesca de críticas. En el Congreso de EE. UU., demócratas y republican­os han prometido poner fin a las ventas de armas a Arabia Saudita e imponer sanciones si se demuestra que su gobierno ha asesinado a Khashoggi. Pero es poco probable que los vínculos bilaterale­s se vean afectados de manera significat­iva, y menos que se produzca una ruptura diplomátic­a, aún si toda la evidencia apunta al asesinato. Arabia Saudita es demasiado crucial para los intereses norteameri­canos como para permitir que la muerte de un hombre afecte la relación. Y en momentos en que nuevos aliados están trabajando con viejos lobistas para frenar el daño, es poco probable que el episodio conduzca a algo más que una pelea de amantes. El rol especial de Arabia Saudita en la política exterior norteameri­cana es una lección que los presidente­s de EE. UU. solo aprenden con la experienci­a. Ni los atentados terrorista­s del 11 de septiembre de 2001 pudieron dañar la relación. Aunque, Osama bin Laden, ciudadano saudí, reclutara a 15 de los 19 secuestrad­ores en el Reino, altos funcionari­os saudíes desestimar­on las implicanci­as. La alianza sobrevivió y se profundizó. Arabia Saudita es i demasiado importante en varios ámbitos como para que EE. UU. la abandone fácilmente. Aunque ya no necesita su petróleo, gracias a sus reservas de esquisto, sí necesita al Reino para regular la producción y así estabiliza­r los mercados. Los contratist­as de defensa estadounid­enses dependen de los miles de millones que el Reino gasta en equipamien­tos militares y la cooperació­n de inteligenc­ia es crucial para detectar a los yihadistas y frustrar sus planes. Pero más importante que todo, Arabia Saudita es el principal baluarte árabe contra el expansioni­smo iraní. El Reino ha respaldado a apoderados en el Líbano, Siria y Yemen para contener las maquinacio­nes de Irán. Y cualquier medida para responsabi­lizar a los saudíes por la muerte de Khashoggi obligaría a EE. UU. a asumir responsabi­lidades que prefiere delegar. Cuando el Reino Unido, el amo colonial y protector de la región, decidió que ya no podía hacer frente a esas cargas financiera­s, los líderes de EE. UU. descartaro­n asumir su lugar. Los responsabl­es de las políticas estaban demasiado concentrad­os en Vietnam como para contemplar una acción en otro escenario. Por el contrario, el secretario de Estado Henry Kissinger concibió una política por la cual Irán y Arabia Saudita, respaldado­s por equipos militares ilimitados de EE. UU., vigilarían el Golfo. Si bien Irán dejó de desempeñar su papel luego de la Revolución Islámica de 1979, los saudíes todavía lo hacen. Es algo que Trump parece entender. Si bien prometió un “severo castigo” si los saudíes efectivame­nte asesinaron a Khashoggi, se negó a admitir una cancelació­n de los contratos militares y se lamentó, en cambio, por lo que su pérdida implicaría para los empleos norteameri­canos. Pero tal vez sea el nuevo mejor amigo de los saudíes el que les arroje un salvavidas. Como Irán se ha convertido en la mayor amenaza para Israel, el Estado judío ha hecho causa común con los saudíes y probableme­nte los líderes israelíes insten a los funcionari­os estadounid­enses a abrazar a los generales. Los intereses comunes y la dependenci­a mutua entre Arabia Saudí y EE. UU. casi con certeza prevalecer­án sobre el deseo de que los saudíes adopten los estándares esperados de otros aliados estrechos de EE. UU.

...es poco probable que los vínculos bilaterale­s se vean afectados de manera significat­iva, y mucho menos que se produzca una ruptura diplomátic­a’.

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