Diario Expreso

Renunciar no es curar

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EDITORIAL

Así como amputar una parte enferma del cuerpo no cura al paciente de una enfermedad invasiva, las renuncias de responsabl­es políticos no sirven para corregir problemas estructura­les. Más útil sería elegir autoridade­s capaces, entendidas y honestas, en lugar de rostros afines a la política que gobierna.

El narcoterro­rismo mató a cinco civiles y cuatro militares en la frontera este año y renunció el responsabl­e de Interior. ¿Eso frenó la permeabili­dad de los delincuent­es en las institucio­nes del país? No, a juzgar por los últimos operativos.

Se accidentó un autobús procedente de Colombia sin papeles pero con fardos de droga en su interior, dejando 24 muertos. Y salieron los funcionari­os responsabl­es de la cadena de control en Tránsito. Pero apenas unos días después una serie de accidentes mortales demostraba que la solución a la siniestral­idad en carretera no pasa por poner a un directivo u otro.

Se fuga el exsecretar­io de Comunicaci­ón Fernando Alvarado ridiculiza­ndo a los encargados de su vigilancia y al país entero, tras quitarse el grillete sin levantar alarmas y despidiénd­ose en tono burlesco con un simple mensaje. ¿Garantizar­á algo la renuncia de los funcionari­os medios o, eventualme­nte, la salida de los ministros fuertement­e señalados? Tampoco.

Los problemas que sacuden a Ecuador y que van solapándos­e semana tras semana - y a veces, día tras día- son estructura­les. Requieren mucho más que nuevos o reciclados nombres, buenos deseos, promesas y renuncias cuando se tuercen los planes. Los responsabl­es de cada error deben responder, pero resulta estéril una destitució­n

Resulta superficia­l que los cómplices de la fuga de un corrupto paguen exclusivam­ente con su trabajo y no con su libertad y honorabili­dad. La corrupción no se combate con destitucio­nes, sino con cárcel’.

cuando no se ataca a la raíz de la enfermedad. Resulta superficia­l que los cómplices de la fuga de un corrupto paguen exclusivam­ente con su trabajo y no con su libertad y honorabili­dad. La corrupción no se combate con destitucio­nes, sino con cárcel. Y las carteras de Gobierno podridas no se curarán con la amputación de sus directivos.

Hay que sanear las áreas necrosadas de corrupción sí, pero hay que hacer un análisis previo para saber cuáles son y cuál es el origen del mal. También para cercenar el tejido gubernamen­tal y funcionari­al dañado y para aplicar un tratamient­o contra la propagació­n del mal. El país, como el paciente invadido por un trastorno terminal, no se salvará si no hay una voluntad real de limpiar las institucio­nes y aplicar vacunas, en forma de controles y buenas prácticas, para evitar más contagios.

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