RUTINA
En horas de la tarde, cuando la terminal terrestre se torna más movida, es cuando más se observa a los chicos vendiendo sus productos y consumiendo drogas.
“Trabajo cantando en los buses que van a viajar”. Se refiere a los transportes intercantonales. Pero es en los andenes de los colectivos urbanos donde suele inhalar y fumar esa sustancia que contiene un 25 % de heroína, residuos de cemento, veneno para ratas y restos de un anestésico que se suministra al ganado, con la que él dice “llega al cielo”, aunque adonde termina acercándose cada día es al infierno.
No es el único. Como ‘mellizos’ hay varios jóvenes en las afueras de la terminal terrestre que consumen droga al aire libre.
¿Por qué en la terminal? Existen dos factores. Uno: la multitud. La concurrencia de personas les permite trabajar como vendedores informales de agua, caramelos, frutas, entre otros productos y obtener los ingresos suficientes para sobrevivir. Dos: El más importante, no es necesario salir de allí para encontrar la H, cocaína o marihuana. Toda una despensa a disposición de quien lo necesite. Todo esto a pesar de que la parada a la que llegan decenas de buses urbanos cada minuto es vigilada por 10 policías metropolitanos que rondan entre las 05:30 y las 22:00. La droga se oferta, se compra y se la consume de manera enfermiza.
“Nosotros y la policía también hemos capturado a varios microtraficantes que se camuflan entre los vendedores. Hemos dado con ellos, pero siempre encuentran nuevas formas para vender sin que nadie se dé cuenta”, asegura uno de los metropolitanos asignado a la terminal, quien prefiere reservar su nombre.
Los agentes municipales aseguran que los microtraficantes se las ingenian. Por ejemplo “a un joven que vendía helados le encontramos las fundas de ‘H’ entre los helados que guardaba en el carrito”. Otro caso: “A uno que vendía fundas de ciruelas verdes con sal le encontramos que la sal en realidad era droga”.
Resulta fácil invisibilizarse en los alrededores de 183.000 metros cuadrados de construcción -tres pisos de alto, 260 locales comerciales, 91 cooperativas en servicio- que es la Terminal Terrestre de Guayaquil. Un lugar del que cada día entran y salen 99.838 personas que inician viajes o llegan a recibir a alguien. Es precisamente en ese entorno, una especie de enjambre multitudinario, en el que se observa a varios muchachos consumiendo estupefacientes a cualquier hora y delante de las personas que transitan por el lugar.
En septiembre pasado, este Diario abordó la problemática de la droga, donde se indicó que en Guayaquil se consume el 60 % de estupefacientes que hay en el país; y de esa cantidad el 52 % de los consumidores están entre los 12 y 17 años, quienes a diferencia de otros tiempos no se ocultan para fumar e inhalar la droga.
“Frente a niños, delante de todos se meten su droga descaradamente”, dice María Olvera, quien diariamente toma la línea 132 en esa estación para volver a casa desde el trabajo.
“No puedo reconocer a los que la ofertan, pero sé que aquí mismo la venden”, comenta un comerciante de recargas y auriculares que labora en el sitio. Un lugar donde Luis se ha vuelto una sombra. Él recuerda la vez que decidió marcharse de casa y preferir las drogas y la calle. Lo hizo a los 12 años para escapar de un hogar disfuncional, del que su padre se fue cuando él empezaba la adolescencia, donde la pobreza lo acorralaba junto a su madre y hermanos. Y sobre todo, donde los brutales golpes de su tío alcohólico que marcaron su cuerpo de cicatrices, lo despertaban en las madrugadas.
“Llegaba borracho y se nos metía a la cama a pegarnos a mí y a mis hermanos con un cable o con una tabla con clavos sin ninguna razón. Nosotros salíamos corriendo de la casa y dormíamos en la calle”. Podría no creérsele, pero siempre que puede exhibe las marcas de sus viejas heridas.
Tuvo que aprender a sobrevivir en las aceras. Robó. Lo hizo hasta que le nació su hijo, producto de una relación con una muchacha que había conocido en el colegio. Dejó el comportamiento antisocial, pero no ha podido desprenderse de la calle ni de las drogas.
Trabaja duro para reunir al menos $ 10 diarios para comprar alimentos para su familia. Deja un extra para su vicio. No termina su día si antes no consigue para esto.