PROTESTAS
Unos 20.000 maestros abandonaron las aulas durante nueve días lectivos consecutivos en los 55 condados que integran el estado de Virginia Occidental.
No es un caso aislado. Muchos de los otros 30 profesores de la escuela primaria T. A. Lowery tienen dos o tres empleos. Enseñan inglés, dan clases extraescolares, trabajan en gasolineras o en restaurantes. De los 50 estados de EE. UU., Virginia Occidental es el tercero con los sueldos más bajos para los profesores de la escuela pública y el segundo con menores ingresos por habitante. La situación salarial, junto al aumento del coste del seguro médico que reciben los profesores y la percepción de una erosión continuada de la calidad de los colegios, fue el embrión de una ola de indignación que derivó en febrero y marzo pasados en una inusual y masiva huelga.
Unos 20.000 maestros abandonaron las aulas durante nueve días lectivos consecutivos en los 55 condados que integran el estado. La movilización fue tal que forzó al Congreso, de mayoría conservadora, y al gobernador, el republicano Jim Justice, que es el hombre más rico del estado, a subir un 5 % el sueldo a los profesores y a congelar los recortes de sus prestaciones sanitarias. Atkinson, que preside un sindicato local de maestros, participó activamente en el paro.
En un país donde las huelgas son muy infrecuentes y los sindicatos se han debilitado enormemente, los profesores de Virginia Occidental lograron tener a la opinión pública de su lado y propiciaron movilizaciones similares en otros cinco estados del país. Este resurgir del activismo será palpable en las elecciones legislativas del 6 de noviembre: cientos de maestros optan a cargos electos bajo la promesa de mejorar la educación pública.
La huelga expuso el impacto de los tijeretazos en la inversión escolar llevados a cabo en buena parte de EE. UU. en la última década. Por ejemplo, Atkinson se queja de que en su aula no funciona correctamente la calefacción (sus alumnos llevan a veces abrigos), de que le falta material o falla la conexión a Internet. La protesta también exhibió cómo muchos ciudadanos, en palabras de esta profesora, constatan que “la sanidad no es un derecho” asegurado. El único seguro médico al que puede optar —el que recibe de la escuela—le cuesta 100 dólares al mes y ella debe costear los primeros 6.000 dólares de gasto en cualquier consulta o prescripción médica. El hartazgo de los maestros revela un riesgo: la creciente desigualdad rampante en el país más rico del mundo golpea al primer escalafón de la sociedad, como son las escuelas públicas. La clase media estadounidense se ha desmoronado lentamente en el último medio siglo. El ascensor social se ha estancado. La media de ingresos por hogar apenas ha variado: de 44.895 dólares en 1967 a 57.230 en 2015, según datos del censo que tienen en cuenta la inflación. En cambio, los ingresos de los más ricos se han disparado, mientras los sueldos de la clase baja y media han caído o han permanecido planos.