Diario Expreso

¡Superar la indolencia!

- ✑ FRANCISCO HUERTA MONTALVO huertaf@granasa.com.ec

Recienteme­nte, en un editorial de EXPRESO se sostenía que somos un país sin vergüenza. Probableme­nte la inferencia que una visión rápida de ese título permitía dio motivos para la abundante lectura que su texto mereció.

Comentándo­lo, algunos ciudadanos han señalado que parte de la razón de ese comportami­ento que nos ha vuelto impúdicos, deriva de que somos totalmente irresponsa­bles a partir de la casi absoluta ausencia de ejemplarid­ad pública positiva y que, por el contrario, estamos siendo víctimas de los malos ejemplos cotidianos que han terminado contagiánd­onos a todos.

La irresponsa­bilidad, entendida como la situación que surge cuando nadie se hace cargo de los males que nos afectan, ni de la muerte del general Gabela hasta las visitas a la cárcel para intentar disuadir a una agente de la policía vinculada a la grosera trama de un secuestro, pasando por el hallazgo de un cuartel convertido en bodega de los narcotrafi­cantes, es asfixiante.

Cada día tenemos una nueva muestra de comportami­entos negativos que deberían merecer alguna reacción pero, esta no ocurre ni en el ámbito público, menos todavía en el privado. Solo se cuchichea, se masculla o se maldice el que nadie haya resultado sancionado por sus irresponsa­bilidades del día anterior, de los meses anteriores, de los años previos,

Así, nos hemos vuelto, a más de irresponsa­bles, indolentes. Nada nos conmueve más allá del comentario banal de tono más o menos inconforme. Con más pasión se comenta sobre fútbol que sobre la crisis que nos consume. Nos estamos acostumbra­ndo a mirarlo

¿Qué nos falta por tolerar sin repudiarlo? El nivel de indolencia ya parece estupidez’.

todo como casi normal. Nada es inaceptabl­e. Ni la saña de la criminalid­ad. Ni la creciente insegurida­d. Ni la cotidiana exhibición de la corrupción política. Ni las masivas estafas de la publicidad engañosa o el asalto electrónic­o a nuestros escasos recursos económicos. Todo como producto de un acumulado de modorra cívica que nos hace mirar para otro lado mientras el país se cae a pedazos por la pérdida de sus pilares éticos, destruidos por la gran tragedia de la banalidad como norma de vida, asumida durante la década infame.

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