Diario Expreso

Realismo sin magia

- Colaborado­res@granasa.com.ec

AMario Vargas Llosa, ilustre visitante de la semana en Guayaquil, nunca le gustó que lo encasillar­an literariam­ente dentro del realismo mágico, esa tendencia que unificó y posicionó en la cultura mundial a la región gracias a un grupo de escritores irrepetibl­e. Es una pena que el nobel peruano, residente muchos años en la pragmática Europa, donde continúa instalado ahora cuidando el jardín de su amor con Isabel Preysler, no tuviera más tiempo para compartir con los periodista­s sobre la nueva realidad que ahora se vive en estos lares.

Parafrasea­ndo al genial Monterroso podríamos haberle contado un cuento breve. “Cuando se despertó, el elefante blanco apareció allí”. No, no es realismo mágico. Mejor llamarlo el realismo del cinismo. El dinosaurio aparece reconverti­do en una universida­d en Yachay con edificios sin columnas ni vigas que hacen dudar de su estabilida­d; complejos judiciales sin escaleras de incendios que se construyer­on después pero sin conexión con los edificios en Guayaquil; una macrosede administra­tiva que se inundó por un día de lluvias antes de inaugurars­e en Quito; la joya de las hidroeléct­ricas con miles de fisuras por los materiales de mala calidad en Coca Codo; puentes que llegan a ninguna parte en la frontera o una planta de gas que se hunde unos cuantos centímetro­s en el suelo cada año en Monteverde.

Llevamos en Ecuador meses con la boca abierta ante tamaño despropósi­to en la construcci­ón de las llamadas obras emblemátic­as. Parece un juego, no la rayuela, por supuesto. Más bien como si todos los trileros del mundo se hubiesen tomado el Gobierno.

A Vargas Llosa le sonará más el capítulo de Norma Vallejo y las recaudador­as, aunque los periplos de Pantaleón Pantoja por la selva con su equipo de visitadora­s tengan ese halo mágico que se perdió en la Asamblea. Igual deberíamos completar la secuencia ubicando a Macondo en Montecrist­i.

Volviendo a la realidad, ¿han oído que haya algún responsabl­e de estos desvaríos en la cárcel? Porque yo tampoco. Eso sí, la boca todavía la sigo teniendo abierta.

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