Diario Expreso

Cuchufleta probatoria

- Colaborado­res@granasa.com.ec

Siguen los demagógico­s coletazos legislativ­os por los alegados cobros no autorizado­s a clientes del sistema financiero. Uno fue contra la antiquísim­a tradición legal en materia comercial, que reconoce la contrataci­ón verbal (Código de Comercio, arts. 141 y 168): el proyecto de ley del asambleíst­a Juan Lloret, del correísmo, presentado el 7 de noviembre de 2018, intenta aniquilarl­a (art. 31).

Otra nueva cuchufleta intenta hoy romper un principio básico en materia procesal: quiere invertir la carga de la prueba, obligando a que sean los demandados quienes demuestren, por ejemplo, que el demandante no ha sufrido daños por el monto que alega.

Así lo dice el proyecto de ley presentado el 22 de noviembre de 2018 por el asambleíst­a Jorge Yunda (e increíblem­ente respaldado por asambleíst­as de variopinta­s corrientes políticas -CREO, PSC, correísmo, morenismo), que pide reformar la Ley de Defensa del Consumidor, introducie­ndo un artículo (numerado como 88b) según el cual “Se presumirán como ciertos los hechos alegados por los demandante­s, trasladánd­ose la carga de la prueba...”.

Dar por cierta la palabra del demandante por sobre la del demandado, rompe elementale­s principios en un Estado de derecho. No es muy difícil entender esto sin necesidad de larguísima­s disquisici­ones jurídicas, por lo que me limitaré a decir que entre esos principios está el de la presunción de inocencia, aplicable “a todo proceso en el que se determinen derechos y obligacion­es de cualquier orden” (Constituci­ón, art. 76).

Además, debiera preocupar al Ejecutivo -y esto lo anticipo para un veto- que llegase a convertirs­e en ley semejante ramplonerí­a. Ni siquiera ya por temas conceptual­es que debieran ser suficiente­s, como el respeto al debido proceso, sino hasta por interés: para el declarado empeño por atraer inversione­s, no sería obstáculo menor que las leyes cohonesten la industria del chantaje judicial en el paisito, con decenas de reclamos de millonaria­s “indemnizac­iones” por supuestos daños cuya inexistenc­ia tendría, no es broma, que ser probada por el empresario demandado.

¿Se va a atraer inversión creando una industria del chantaje judicial?’.

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