Colombia, entre la herida y la memoria de Escobar
25 años después, el oscuro legado del capo se resiste a morir ❚ Su estela dejó miles de muertos y una sensación de estigma
de los cultivos de coca en Colombia, los nuevos ciclos de violencia que, olvidados en las zonas rurales, no paran de crecer, y también en una cierta indulgencia hacia el reguero de sangre que dejó el narco.
En su opinión, lo más grave es “pretender que aquí no ha pasado nada”, como considera que está haciendo el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, y fingir “que ya superamos la oscuridad y las tinieblas”.
Mientras en el barrio Pablo Escobar los lugareños preparan sentidos homenajes al capo que les regaló la casa donde viven, la Alcaldía de Medellín ultima los detalles para derribar la que entonces era su morada.
Ícono de la opulencia y el poder de la mafia colombiana, los ocho pisos abandonados del edificio Mónaco caerán en un espectáculo abierto al público, con tarimas dispuestas para los curiosos, en febrero próximo.
Ángela Zuluaga no alcanzó a conocer a su padre. Estaba en el vientre de su mamá cuando, en octubre de 1986, unos sicarios atacaron el carro en el que iba la familia. Acribillaron a tiros al juez Gustavo Zuluaga y dejaron a su esposa herida.
La razón: el capo lo sentenció a muerte por dictar orden de captura en contra suya y de su primo Gustavo Gaviria. Aunque recibió amenazas y tentativas de sobornos durante tres años, Zuluaga advirtió que prefería “morir que claudicar”.
Policías, periodistas, jueces y candidatos presidenciales figuran entre las víctimas.
Para los Zuluaga demoler el Mónaco es combatir “la cultura narco” y darle un espacio a quienes la ficción ha acallado. “Tener un espacio para hacer memoria para intentar resarcir simbólicamente a los que somos víctimas de este flagelo del narcoterrorismo”, dice Ángela.
“Pablo Escobar está vivo porque se ha reencarnado en toda la maldad y la corrupción que ha permeado el Estado colombiano”, subraya Sanabria.
Y recuerda que contar la historia del capo en primer plano como hacen algunas series, humanizando al criminal, es como “ver a Hitler enternecido con un gatito”.
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