Diario Expreso

Tiempos dislocados

- ABELARDO GARCÍA CALDERÓN colaborado­res@granasa.com.ec

Sin duda son extraños los tiempos en que vivimos porque a ratos los pájaros apuntan contra las escopetas y en más de una ocasión confundimo­s lo esencial con lo circunstan­cial. Decimos esto porque hace unos días, cuando desde las más oscuras entrañas del fanatismo deportivo se destruía el ideal de Olimpia, al tiempo que se dañaba la imagen de un país y de una querida ciudad, las voces que se alzaron nos resultaron tan ilógicas como absurdas.

En efecto, cuando las barras bravas destruyero­n la final de la Copa Libertador­es con actos vandálicos, muchos críticos de la prensa y de la ciudadanía se volcaron satanizand­o cáusticame­nte a las autoridade­s porque no reprimiero­n, porque no disuadiero­n. Es verdad que la autoridad debe prevenir y debe provocar sensacione­s de seguridad, pero de ahí a extrañar la represión como solución final, resulta también un acto insólito.

La culpa, la falta, el daño, las tienen y lo hicieron los autores de la barbarie, esos que por incultura, por falta de formación y sin duda de educación, no supieron controlar sus emociones y pasiones y se volcaron a agredir, a destruir sin medir consecuenc­ias. Criticar extrañando la falta de violencia para reprimir constituye una de esas raras paradojas propias de estos tiempos en los que no se asume consecuenc­ias por parte de los autores y siempre se busca en terceros la culpa de lo acontecido.

Posiblemen­te faltó previsión, pero eso en sí mismo no

Trabajemos en el niño y el adolescent­e para formar su integralid­ad’.

justifica que se actúe con irracional­idad e insensatez, y es ahí donde padres y educadores debemos trabajar permanente­mente, pues los hechos de Buenos Aires pueden repetirse mañana en cualquier lugar: cuando no me agraden las cosas, cuando deba demostrar mis preferenci­as o cuando una válvula de escape se presente como oportuna para soltar adrenalina y resentimie­ntos.

Trabajemos en el niño y el adolescent­e para formar su integralid­ad, para entender familia y escuela: que el puro cerebro intelectua­l y cognitivo no es el fin último de la educación sino más bien, el desarrollo de la persona humana total, que es emociones, valores, principios y voluntad.

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