Miguel Gurumendi no le teme ni al mismo diablo
Mantiene aún la fuerza de un chúcaro caballo, sin olvidar la destreza al dominar a su bayo.
Malgeniado es el señor franco, legal y correcto, habla de frente sin temor, sin rodeos va directo. También demuestra afecto por dos cosas sentidas, cuando hace de guitarrero o carretea unas queridas.
Tantas peripecias vividas, cuántas desgracias pasadas, un manantial de alegrías, muchas pollas conquistadas. Apeado junto al camino, montado en negro corcel, luciendo sombrero fino esperó a Flora Montiel.
Flora, exuberante mujer, parecía tronco e’ palma, labios gruesos pa’ morder cual madurada guayaba. Tanta gracia derramaba, más de uno la pretendían, entre ellos se peleaban Pedro, Amado y Matías. Jugándosela aquel día Miguel hinchado de valor, se lanzó a la cacería usando municiones de amor.
-Buenos días, mi bella flor que florece en la sabana, mis ojos tienen el honor de admirarla esta mañana. Acépteme este halago, delicada, tierna pasión, a sus pies rendido caigo ofreciéndole mi corazón.
De tremenda insinuación doña Flora quedó prendada, sin desperdiciar la ocasión en ancas se jue montada.
-Soñé en ser tu marido, desposarte en el altar, tener un chorrón de hijos felices en nuestro hogar.
Miguel primero descarga. Sin embargo dos sujetos más adelante los esperaban, eran Matías y don Pedro, cobrar venganza ansiaban. Escuchando los tacateos, el caballo se acercaba, saliendo Pedro primero, ordenó que se bajaran.
-Sin tener mala intención nosotros lo hicimos Sr. diablo -contestaron a la interrogación Matías y Pedro temblando.
-Por esto serán castigados -don Sata severo sentenció, Pedro y Matías fulminados por rayo que ‘el malo’ envió.
Personas y árbol ardieron hasta quedar calcinados, don Miguel su paso siguió, él no se había mosqueado. Valeroso Miguel exclama: “En esta vida, compadre, habrá que tener agallas si es que er diablo le sale”.