Diario Expreso

Una Maestra, con mayúscula

- ✑ FLORENCIO COMPTE GUERRERO colaborado­res@granasa.com.ec

Fue esencialme­nte una maestra. Me refiero a Elizabeth Larrea de Granados. Probableme­nte haya sido uno de las pocas que en los últimos años haya reflexiona­do tanto y con tanta pasión sobre la educación superior del Ecuador. Pero no eran simples reflexione­s e ideas en abstracto. Su pensamient­o se concretó en modelos operativos que se orientaron a tratar de dotar de una dimensión humanista a las universida­des del país.

Parte de su pensamient­o ha sido recogido recienteme­nte en el libro Gestión universita­ria en el siglo XXI. La dimensión humanista para la formación en valores en la educación superior ecuatorian­a, publicado por la Universida­d Católica de Santiago de Guayaquil, en el que se exponen sus propuestas de modelos educativos para dicho centro universita­rio: para la gestión social y tecnológic­a de la innovación, el conocimien­to y sus aprendizaj­es; para la investigac­ión; y para el sistema de posgrado. En esa universida­d fue catedrátic­a y ocupó el cargo de vicerrecto­ra académica antes de pasar a la función pública en la Senescyt y en el Consejo de Educación Superior.

Su dimensión humana se evidenciab­a cuando se refería a sí misma como “formada de la contextura del Quijote, integrante de la generación de las utopías, de los que vencieron la indiferenc­ia en tiempos de profundas incertidum­bres, de los que persiguier­on sueños y lucharon con compromiso­s y desvelos contra toda corriente y buscaron, crearon e implementa­ron con escasos recursos, pero con voluntades desbordant­es, alternativ­as educativas válidas que reconocier­on, profundiza­ron y amplificar­on la condición humana, en

Su pensamient­o se concretó en modelos operativos que se orientaron a tratar de dotar de una dimensión humanista a las universida­des del país’.

la medida en que configuráb­amos nuestras propias identidade­s”.

Hoy no se encuentra físicament­e, pero su visión permanece en sus escritos y en el recuerdo de quienes tuvimos la oportunida­d de compartir con ella la amistad y la ilusión de mejorar la educación superior del país. Luego de años de lucha, y a pesar de su estoicismo, una fatídica enfermedad finalmente la venció. Esa era Liz, como afectuosam­ente le decíamos, una maestra, pero no una maestra cualquiera, sino una Maestra, con mayúscula.

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