De cuerpo entero
Japón: un transeúnte encuentra un fajo de billetes tirado en la calle. Inmediatamente se dirige a uno de los cientos de ‘kokan’ policiales a devolverlo. Ahí se registra de manera meticulosa el lugar y fecha en que fue encontrado y se remite al Centro de Objetos Perdidos o a la Oficina de Objetos Encontrados de la Policía Metropolitana. Cada año se devuelven más de veinte millones de dólares. El dinero puede ser reclamado por quien lo encontró si al cabo de seis meses no aparece su dueño, aunque rara vez sucede, por lo que suele pasar a las arcas del Estado.
Ecuador: un camión de gaseosas sufre un accidente y parte de su contenido cae a la calzada. Inmediatamente transeúntes y conductores (de toda condición social) que pasaban por el lugar corren a apoderarse de lo que más puedan. A nadie le importó que eran bienes ajenos o que el costo de lo robado pudiera ser cargado al chofer del camión. Simplemente estaba ahí y era tonto aquel que no se lo llevara.
¿Cuál es la diferencia? En Japón, la honestidad (’shoujiki’) es parte intrínseca de su cultura. A los niños desde su hogar y en la escuela se les inculca que deben devolver inmediatamente lo que encuentren tirado. Un japonés jamás debe traicionar su palabra y siempre debe comportarse de forma honorable y decorosa. Un comportamiento contrario es despreciado socialmente.
En Ecuador, aunque duela decirlo, la “viveza criolla” o la “sapada” son partes intrínsecas de nuestra cultura. Se expresan cotidianamente en aquel que se salta la fila, en el que no respeta un pare, en el estudiante que copia en un examen, en el que plagia una tesis
En Japón, la honestidad (’shoujiki’) es parte intrínseca de su cultura. A los niños desde su hogar y en la escuela se les inculca que deben devolver inmediatamente lo que encuentren tirado’.
universitaria o en el funcionario que cobra una “comisión” por la firma de un contrato. No importa que un político robe, siempre que haga obras. Aquel que roba y escala socialmente gana el respeto (y la envidia) de sus semejantes.
La corrupción está enquistada en lo más profundo de nuestro ser ecuatoriano. A la larga no hay mucha diferencia entre el que se “lleva” una gaseosa o el funcionario público deshonesto. El episodio del robo de las gaseosas retrata a nuestra sociedad de cuerpo entero.