Cercos, una estéril barrera contra la delincuencia
Usan rejas en las calles como amparo, pero la ayuda es a corto plazo, según expertos ❚ Además, dificulta la convivencia barrial
El miedo con el que viven los guayaquileños los ha conducido, cada vez más, a cerrar las calles de sus ciudadelas para evitar -o al menos intentarque los delincuentes allanen sus viviendas o roben, como lo denuncian, sus autos o los accesorios de estos.
La Alborada, Sauces, Guayacanes, Samanes, La Garzota, además del Paraíso, Los Ceibos, La Saiba, La Pradera, Las Acacias, Las Tejas... son apenas algunas de las ciudadelas del norte y el sur que, con la venia o no del Municipio (no hay ordenanza que lo apruebe), siguen este modelo.
De hecho Mucho Lote 1, a decir de los expertos, es el vecindario donde más se evidencia este encierro y con ello, los efectos de la inseguridad, puesto que todas sus peatonales y calles secundarias o terciarias tienen mallas y puertas metálicas que solo permiten el ingreso a quien lleva consigo una llave.
“Si no la tenemos, pues nos quedamos afuera. Es que es parte de la seguridad, de la tranquilidad que no llega”, sentencia Édison Ascencio, quien vive en el sector hace cuatro años y lamenta que pese a las precauciones aún persistan los robos. “Reconozco que los delincuentes a veces escalan hasta los portones por meterse a las casas, pero no es siempre. Estamos vulnerables, sí, pero no tanto como otras ciudadelas. Y eso nos reconforta”, piensa.
En el resto de vecindarios, aunque hay residentes que consideran ineficaz la presencia de estas barreras, puesto que -aseguranno hay nada que pueda frenar los robos (además que el costo de ellas es alto, entre $ 500 y $ 700), la sensación de serenidad es la misma.
Franklin Villamar, experto en planificación urbana, recuerda que esta medida, a más de resultar costosa y poco efectiva, no está permitida por la Ley Orgánica de Movilidad.
“No es necesario que el Municipio cree una ordenanza que prohíba la colocación de rejas en calles peatonales porque la normativa ya existe. La ley indica que las personas no pueden ser privadas de circular en espacios públicos”, afirma.
No obstante, reconoce que, mientras el problema de la inseguridad persista, será comprensible que las personas tomen medidas extremas. “Las normas se chocan contra la realidad. Es comprensible entonces que la gente pretenda colocarlas, por el hecho de que ellos no se sienten respaldados por la seguridad de la ciudad”, enfatiza.
EXPRESO solicitó información al Departamento de Urbanismo, Ordenamiento Territorial sobre la legalidad de la colocación de estas barreras y los benefecios que a los residentes les ha generado. Sin embargo, hasta el cierre de esta edición, no hubo ninguna respuesta.
Asimismo Carlos Jiménez, urbanista, alerta que las rejas, cadenas o plumas con casetas (los cierres toman diversas formas), tienen un impacto en la seguridad a corto plazo, y que el vecindario, como tal, no logra desarrollarse en ninguno de sus aspectos, puesto que se ven limitadas las interacciones entre los residentes de las calles vecinas.
“Con las puertas cerradas, además de no lograr la protección deseada, los negocios no prosperan, ni hay gente -vecinos o visitantes- transitando, con los ojos puestos en las calles, que es lo que en otros países es la mejor línea de defensa”. Por lo tanto, añade, lo que conviene para estos sectores es distribuir adecuadamente la ciudad, partiendo del barrio e integrándola a las parroquias urbanas.
“Hacerlo permitiría incluso que las Unidades de Policía Comunitarias (UPC) estén ubicadas correctamente y, con ello, que la respuesta de los agentes sea la oportuna, que es lo que se necesita...”.
Raymon Quelal, jefe de Policía del distrito Modelo, explica que las rejas tienen una finalidad en la seguridad que resulta ambivalente. “Si bien reducen los robos a domicilios, también vuelven presa fácil a los peatones que tienen que detenerse para abrir la puerta”. Además -coincide con Jiménez- entorpece el trabajo policial. “Que la gente las coloque en las calles, no nos permite hacer un patrullaje adecuado de la zona”, explica.
A esto el arquitecto Héctor Hugo, docente de la Universidad Estatal de Guayaquil y director del proyecto Delta, un plan urbanístico que nació en la Fa-