El juego de la gallina con Europa
El juego de la gallina es fácil de describir, pero peligroso de jugar. Se basa en la teoría evolutiva de juegos y a veces se usa para describir la arriesgada política nuclear de la Guerra Fría. Bertrand Russell, gran filósofo británico y activista contra las armas nucleares, nos recordaba que los “jóvenes degenerados” solían jugarlo. Para ello, conducían coches a gran velocidad en curso de colisión; el primero en apartarse de un choque frontal o en saltar desde el asiento del conductor antes de caer por el borde de un despeñadero es el “gallina”. Russell creía que esto describía bien la supuesta habilidad política de las potencias nucleares en la Guerra Fría. Un error de cálculo, una falla en el desvío y el resultado podía ser el Armagedón. Theresa May, actual primera ministra del Reino Unido, está jugando una versión menos arriesgada del juego. Si su diplomacia no se aparta pronto de la colisión, la economía y el bienestar del RU serán las víctimas. El acuerdo negociado por May para la salida del RU de la UE dejaría al país más pobre y con menor influencia, pero al menos no enfrentado a un choque letal. Su acuerdo de salida de la UE es justo eso: no fijaría la relación futura de su país con Europa. ¿Cómo serán las relaciones comerciales? ¿Cómo protegerá el RU sus universidades de talla mundial y su acervo científico? ¿Qué forma tendrán sus acuerdos económicos con otros países? Hay por delante años de discusiones con los 27 Estados miembros de la UE. Pero al menos podríamos evitar salir de la UE sin ningún acuerdo, limitando así el ‘shock’ inmediato de la salida en la forma de un largo y molesto periodo de transición. El problema es que la Cámara de los Comunes británica rechazó la propuesta de May por un margen de más de 200 votos, en la mayor derrota sufrida por un gobierno británico de la que se tenga memoria. Hubo tres objeciones principales. Algunos creían que ningún acuerdo podía ser mejor que cancelar el brexit y permanecer en la UE, idea que muchos de este grupo querían poner a prueba en un segundo referendo. Otros observaron que había demasiado pocos detalles sobre la relación futura con los vecinos más cercanos del RU. Y otros se opusieron a las disposiciones alcanzadas para la frontera terrestre entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda. La frontera irlandesa plantea interrogantes de seguridad y comerciales. Nadie quiere arriesgar el retorno de “the Troubles”. May amenaza a sus críticos en el Parlamento con hacer correr el asunto contra reloj hasta el 29 de marzo, el plazo para que el RU abandone la UE, con o sin acuerdo. Si hasta aquí ninguno de los conductores se aparta, se produciría un devastador choque para el RU que ningún primer ministro debería contemplar. Pero May se niega a permitir que el Parlamento vote para descartar un brexit “sin acuerdo” o postergar la fecha de salida para dar más tiempo de negociación al RU. Los otros oponentes en el juego de la gallina de May son los 27 miembros de la UE. No quieren un choque, pero tampoco abandonar a la República de Irlanda o sabotear su propio mercado único. Si la política de ver quién es más valiente sale mal, las víctimas serían la economía, los empleos, el comercio y la reputación internacional del RU. Supongo que la UE teme también grandes perturbaciones.
May propone una salvaguarda o ‘backstop’ para tratar el asunto hasta que Gran Bretaña, en un futuro lejano, llegue a un acuerdo comercial completo con Europa’.