La cárcel del infierno
Si hay en el país un reclusorio que merezca este calificativo es el llamado Centro de Rehabilitación Social (CRS) Regional de Latacunga, al que fue trasladado y en el que permanece detenido el exvicepresidente de la República Jorge Glas, desde el 21 de octubre de 2018, en que se lo sacó de la cárcel 4 de Quito, donde se estaba recluido como corresponde a su jerarquía, pese a sus protestas o su estado de salud, obligado a cumplir una pena de seis años de privación de la libertad por supuesta participación en los sobornos de Odebrecht, empresa corruptora de gran cantidad de gobiernos en América Latina a través de altos funcionarios, para asegurarse de millonarios contratos de obra pública. Glas, cuya familia reside en Quito, apeló la decisión administrativa de enviarlo a Latacunga y en la audiencia correspondiente en la Unidad Judicial Norte de la capital, su abogado defensor manifestó el peligro que su defendido corre en la cárcel de Latacunga, donde ha recibido amenazas de muerte. Glas, en esa misma audiencia, mostró un video tomado desde la ventana de una celda al interior del reclusorio, donde se ve cómo un interno persigue y mata a tiros a otro corriendo por las canchas de la cárcel mientras un guardia desarmado se esconde para protegerse.
Lo de cárcel del infierno no es entonces una hipérbole, como lo es además de un sarcasmo, que sea un reclusorio “de máxima seguridad”, puesto que los hechos de sangre que allí ocurren se han convertido en habituales, tanto que en el año tres internos han sido victimados. Parece que la mala hora le ha llegado a Jorge Glas, convertido en la cabeza de turco contra la que se están enderezando una serie de procesos e investigaciones judiciales, entusiastamente celebradas por el presidente Lenín Moreno, que mientras tenga alguien a quien echar la culpa de cualquier falla o fisura encontrada en el sólido bloque de obras del pasado régimen, disfruta el sereno placer de creerse el inventor de la teoría del diálogo como la fórmula universal del buen gobierno, aunque en el suyo propio no de pie con bola, metafóricamente se entiende, y el país cuente los días que faltan para que termine su mandato.