Las campañas como negocio
EDITORIAL
Conviene tratar el tema que da título al presente editorial pues, en lo de fondo, detrás de ese comportamiento, no solo se expresa un capítulo más de la antigua y variedad picaresca criolla, que con buenas e ilustres raíces cuenta en el pasado aborigen y colonial; se expresa también el alto nivel de descomposición a que ha llegado, en oleadas sucesivas cada vez más degradantes, la otrora honrosa actividad política.
La campaña como negocio permite explicar lo que bajo una mirada altamente optimista podría ser calificado como un brote de civismo ciudadano, que ha impulsado a los patriotas habitantes del país a participar masivamente en la campaña para elegir autoridades cantonales y provinciales.
Sin duda, el efecto de demos- tración es una explicación más pausible, más digna de atender. Es notable cómo a partir de un cargo de elección popular, o producto de un nombramiento, la economía del beneficiario se incrementa vertiginosamente. Tener la posibilidad de que igual acontecimiento se viva en carne propia es un estímulo poderoso para la participación en candidaturas o en política. Cabe conceder razones puramente cívicas pero, parecería que esos son los casos de excepción que confirman la regla. Y un buen antecedente para así sospecharlo es haber venido conociendo a través de EXPRESO, que los aspirantes tienen el difundido mal hábito de no pagar el impuesto a la renta y mandar gruesas sumas de dinero al exterior, en muchos casos en volúmenes no compatibles con la magnitud de sus actividades crematísticas.
Mucho de lo que ocurre durante las elecciones tiene más que ver con el comportamiento ciudadano que con las normas creadas’.
Sin duda, hacerse rico, para quienes lo tienen como meta de su vida, posee múltiples posibilidades y ahora la política ha ganado primacía como mecanismo de enriquecimiento rápido pero, debería evitarse que quienes tienen ese como su propósito principal no accedan a ser representantes de los ciudadanos y bien podría comenzarse exigiendo como requisito para pretender serlo el cumplir con elementales deberes, tal cual pagar cumplidamente los impuestos.
En definitiva, y es propuesta, en ciudades donde casi todos conocen a casi todos, especialmente a quienes aspirando ser populares, se exhiben y al hacerlo también muestran su fortuna, si esta ha crecido desmesuradamente y no es producto del trabajo, de una lotería o una herencia, no se debería otorgarles el aval del voto.