Mi amigo Jaime Hurtado
Uno no escoge los amigos. La vida e historia social los crea, y los hacemos en el camino. Eso pasó hace décadas con mi amigo asesinado Jaime Hurtado González. Yo era un adolescente, trabajaba en el estudio jurídico de un abogado laboral de izquierda. A él asistían como pasantes de derecho Ney Barrionuevo, Claudio Mueckay, José Luis Ortiz, etc.
Yo era estudiante de colegio. Me pidió mis notas, las vio y me felicitó. Me regaló algunos libros que aún conservo, como: Las fuerzas morales y El hombre mediocre, de José Ingenieros. Por él leí al médico y filósofo argentino. Me dijo: “Nunca deje de leer”. Y continué siendo lo que mi madre quería: que estudie y sea un hombre de bien. Ese consejo fue importante en mi vida. Tres juicios laborales de mis hermanos llevó. Ganó todos y nunca cobró un centavo. Conocí su casa, su esposa, la enfermera Sonia y sus hijos pequeños. Desde ahí tejimos una fraterna y cariñosa amistad que algunos dogmáticos del MPD no entendieron.
En los desfiles del 1 de Mayo nos veíamos. Se acercaba y con amabilidad saludaba a mi esposa y mis hijas. Nos dábamos un abrazo fraterno y un hasta luego. Mi hija Katty guarda gratos recuerdos de él. Por eso a 20 años de su crimen sigo creyendo que la justicia, el Estado y la sociedad continúan en deuda por su cobarde asesinato. No compartíamos la misma posición política. Sin embargo, supimos no confundirla con la amistad. Me dolió mucho el alevoso crimen que ejecutaron mafias que aún caminan impunes.
Desde aquí, que repienso lo que pasa en el país, invito a los ciudadanos honestos, sin distingo por diferencias políticas, a que exijamos que ese crimen horrendo sea esclarecido. No es posible que tras 20 años todavía no sepamos quiénes fueron los autores siniestros que mandaron a matar, con sicarios, a mi amigo y de mi familia, Jaime Hurtado. Justicia negligente es injusticia. Lo recordamos, pues gustaba ir a casa a comer caldo de bola y bistec que hacía mi mamá, a la que con respeto y admiración apreciaba; también por la sencillez que mostraba en nuestra mesa. Mi madre, cuando fue perseguido lo escondió dos veces. Con él hay una historia familiar que se cruza y teje de recuerdos de vida.