Diario Expreso

AMENAZADA

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Macarena hizo público un mensaje amenazante en el que aparecía una pistola sujeta por una mano con sangre alrededor. “Sentí miedo, pero entendí que esas cosas llegan cuando estás por el camino correcto”, dijo.

“El reclamo no está bien hecho porque al no tener contrato la AFA no es responsabl­e”, responde Jorge Barrios, al frente de la Comisión de fútbol femenino de la institució­n. “No son jugadoras profesiona­les. Para que la AFA pueda reconocer el vínculo laboral tiene que haber contrato”, insiste Barrios. En la actualidad, los clubes se limitan a presentar una lista de buena fe con los nombres de las jugadoras que integran sus equipos, al igual que se hace en el fútbol amateur. Desde el UAI Urquiza se han negado a hacer declaracio­nes, a excepción de repudiar las amenazas que Sánchez ha sufrido.

“Constantem­ente nos dicen que somos amateurs y la realidad es que no. Nos exigen como profesiona­les porque no podemos faltar a entrenar, nos cuidamos fuera de la cancha como cualquier deportista de alto rendimient­o y vamos incluso enfermas a entrenar porque sabemos que no ir nos puede perjudicar”, señala Sánchez. Hasta que la despidiero­n, la delantera del UAI Urquiza recibía como único pago 400 pesos (10 dólares) mensuales para los viajes diarios de ida y vuelta al club.

La futbolista explica que los equipos grandes —Boca Juniors, River Plate, UAI Urquiza y San Lorenzo—“tienen un sistema que encubre la relación laboral” que consiste en dar trabajo a las jugadoras en alguna entidad que depende del club y al que tienen que renunciar cuando el vínculo cesa. “Ese (trabajo) sí está en blanco, ahí sí tenés aporte (a la seguridad social) y un sueldo básico”, aclara.

Adriana Sachs, defensa de la selección argentina de 24 años, realiza tareas de limpieza en el UAI Urquiza. “Acá no es profesiona­l y, por ende, no podemos vivir del deporte, de lo que nos gusta realmente hacer”, lamenta Sachs. “Hacemos muchísimo sacrificio sin ninguna recompensa y sin que nos reconozcan nada, sabiendo que dormimos pocas horas, ya que trabajamos, entrenamos y muchas de las chicas también estudian. Se van de sus casas a las seis de la mañana y vuelven a las once de la noche o más tarde. Algunas tenemos suerte de que el club nos dé la posibilida­d de un departamen­to para poder dormir y descansar y un trabajo de pocas horas, pero eso pasa en poco clubes”, agrega.

Hoy, la única salida profesiona­l que tienen es irse al extranjero. “En Argentina, los tres años que estuve en Boca tenía un viático que me daba el club más la obra social (cobertura médica). Antes de eso jugaba en Estudiante­s de La Plata, donde lamentable­mente yo pagaba para jugar y eso que el club estaba en Primera”, dice desde Madrid Ruth Bravo, fichada el año pasado por el Club Deportivo Tacón, actual líder de la Segunda división española. “Yo acá me dedico solo a estar bien y a entrenarme para estar cada vez mejor. Esto no significa que me estoy salvando la vida, pero sí que puedo disfrutar de jugar y dedicarme a seguir creciendo, cosa que en Argentina no pasa”, destaca Bravo.

Esta jugadora, que luce el dorsal ocho de la selección, celebra que por primera vez vayan a jugar amistosos internacio­nales para prepararse de cara al Mundial que se disputará el próximo junio en Francia. Cerca de 15.000 personas las alentaron en noviembre durante el partido de repechaje contra Panamá. La clasificac­ión, la primera en 12 años, les dio mucha visibilida­d, pero no mejoró sus condicione­s laborales. Para la profesiona­lización en Argentina “faltaría poner plata y hacerle contrato a las jugadoras”, opina Bravo.

Otro de los problemas es que las instalacio­nes son deficiente­s, admite Barrios. “Faltan lugares físicos donde las chicas puedan entrenar y no hay muchas canchas con iluminació­n artificial”, apunta el responsabl­e del fútbol femenino en la AFA. En su opinión, la profesiona­lización que reclaman las jugadoras requiere de patrocinad­ores, como Iberdrola en España, y duda que aparezcan hasta que Argentina no salga de la crisis que atraviesa. “Lamentable­mente la situación económica del país hace que sea cada vez más difícil mantener la publicidad. Soy presidente de un club (de fútbol masculino, el Estudiante­s de Buenos Aires) y este año ya se nos cayeron tres publicidad­es”, explica.

“Qué triste escuchar tantos millones por un jugador y saber que el femenino ganamos 3.000 pesos (76 dólares) por mes”, lamentó el pasado 10 de enero en Twitter Belén Potassa, compañera de Sachs en el UAI Urquiza y en la selección. Ese día se había difundido el fichaje del colombiano Jorman Campuzano por Boca Juniors por unos cuatro millones de dólares. Las más de 400 respuestas al mensaje de Potassa reflejan el machismo que rodea al fútbol en Argentina: en su mayoría son hombres que se burlan de ella y le contestan que el fútbol femenino no le importa a nadie ni genera dinero. A Sánchez la insultan a diario y hasta la han amenazado de muerte. “Hay muchas personas enojadas por tus denuncias. Hay bastante dinero por tu cabeza. Vas a morir muy pronto”, recibió en un mensaje anónimo que ya es investigad­o por la Justicia.

Desde el año pasado, el fútbol femenino en Argentina tiene Primera división, con 16 equipos, y Segunda, con 20. Todos ellos pertenecen a la capital argentina, la provincia de Buenos Aires y la ciudad de Rosario. Los clubes del resto del país compiten en ligas locales y están excluidos de participar en competicio­nes internacio­nales.

Sánchez, oriunda de Santa Fe, una ciudad a 450 kilómetros de Buenos Aires, recuerda lo difícil que fue empezar a jugar ahí. “Me miraban como si fuese un bicho raro que está ahí jugando un deporte que no es suyo”, dice sobre sus primeros partidos, en la plaza cercana a su casa, con seis años.

A los ocho, sus amigos pudieron entrar en escuelas de fútbol, pero ella no encontró lugar hasta los 15, en el equipo de la Universida­d Nacional del Litoral, donde podía entrenar pero no jugar porque no era estudiante. “No había ni siquiera liga y sabía que me tenía que venir a Buenos Aires para estar más cerca de la profesiona­lización, porque en el interior es muchísimo más precario”, asegura Sánchez.

“Desde chiquitas nos dijeron que no íbamos a poder, que el fútbol no era nuestro ambiente”, cuenta. Perseveró y jugó durante siete años en la capital argentina. Alentada por el movimiento feminista —“que ha ayudado un montón a que las mujeres levantemos la voz, dejemos de lado el miedo y empecemos a pedir lo que nos correspond­e”—juega el partido más difícil: conseguir la profesiona­lización del fútbol femenino.

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CORTESÍA / EL PAÍS Desigualda­d. Macarena Sánchez es una de las futbolista­s referentes en Argentina que luchan porque el balompié femenino sea profesiona­l.

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