Diario Expreso

Entre Machado y nosotros

- ✑ JOAQUÍN HERNÁNDEZ ALVARADO colaborado­res@granasa.com.ec

Muchos habrán cantado o repetido algunos de sus versos, creyendo que su autor era otro, por ejemplo, ese cantante que los entona y que con su énfasis hace que la melodía y la letra se vuelvan declaració­n personal: “Caminante, son tus huellas/el camino, y nada más/caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. ¿Qué sentimos cuando repetimos estos versos que niegan certezas? Extraña superviven­cia del azar en una época donde los “big data” y la inteligenc­ia artificial parecen erradicar el terror de la visita de lo inesperado.

El diario “El País” de Madrid recordaba el viernes pasado el octogésimo aniversari­o de la muerte del poeta español Antonio Machado y Ruiz (1875-1939), en el pueblo francés de Colliure, adonde había llegado, refugiado y enfermo, víctima de las privacione­s de la marcha, huyendo de las fuerzas franquista­s que ese año lograron la victoria final sobre la República. El poeta llegó a Francia en una crisis humanitari­a, similar a la que hoy viven los venezolano­s, proporcion­es guardadas. No fueron pues Serrat o Sabina los que compusiero­n esos versos que bien podrían servir de epitafio para este andaluz, “luminoso y profundo” como le llamó Rubén Darío, que estuvo con la República española, pero que se declaró simplement­e bueno: “Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,/ pero mi verso brota de manantial sereno;/y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,/soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.”

España, como se recordará, había permanecid­o, al declararse neutral, al margen de las catástrofe­s de la Gran Guerra que no fue solo la mortandad de los campos de batalla sino el éxodo de millones de personas de su lugar de origen, sobre todo en Europa Central, que fueron expulsados o simplement­e dejaron atrás todo lo que tenían, la certeza del paisaje vital, para sobrevivir. Toda una generación de poetas acabó en la muerte o en el exilio: García Lorca, Juan Ramón Jiménez. ¿Preveía Machado este dramático destino para su gente y para sí mismo cuando escribió: “¿Para qué llamar caminos/ a los surcos del azar/…”.

¿Qué sentimos cuando repetimos estos versos que niegan certezas?

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