Diario Expreso

El Tercer Cisma

- ✑ RUBÉN MONTOYA VEGA colaborado­res@granasa.com.ec

Australia: 4.500 casos de abuso sexual denunciado­s desde el 2012. Austria: 800. Alemania: 3.700, documentad­os en medio siglo. Y solo vamos por países que empiezan con A... En Ecuador, los datos recién empiezan a conocerse, gracias a investigac­iones independie­ntes, como la del portal GK, que sacó a luz el caso del sacerdote que sometía a chicos a un ritual conocido como la “dinámica del pecado”.

Escojamos otros datos al azar: en Irlanda, 14.500 víctimas. En Canadá, 10.000. En EE. UU.: 17.000, ¡por parte de 6.400 clérigos! Allí, un informe de la Corte Suprema de Pensilvani­a documentó que más de 300 sacerdotes abusaron de miles de niños “con la mirada complacien­te del Vaticano”. Los casos son tantos y los testimonio­s tan brutales que paralizan: hay el de un niño que cuenta cómo el sacerdote lo forzó y luego lo lavó con agua bendita “para purificarl­o”.

Abrumado por la magnitud del espanto, el papa Francisco acaba de cerrar la Cumbre contra la Pederastia en la que insistió en que “ninguna explicació­n es suficiente para el abuso de niños”. Y agregó que esa monstruosi­dad “es más escandalos­a en la Iglesia porque contrasta con su autoridad moral y su credibilid­ad ética”. Tiene razón: ¿qué puede ser más escandalos­o que miles de depredador­es sexuales disfrazado­s de guías espiritual­es?

Y es aquí donde la Iglesia católica se juega su futuro. Porque mientras el Papa sermoneaba a sus obispos, uno de ellos, Reinhart Marx, reveló

“Si la Iglesia quiere recuperar alguna autoridad, debe tomar medidas que quiten el manto de impunidad del que han gozado los culpables...”.

un dato que pone en entredicho la sinceridad de la Iglesia: reconoció que “los archivos que podrían documentar los hechos terribles e indicar los nombres de los responsabl­es han sido destruidos, o ni siquiera se han creado”.

Si la Iglesia de Pedro quiere recuperar alguna autoridad, debe tomar medidas concretas que quiten el manto de impunidad del que han gozado los culpables, así como crear un entramado protector que acompañe a las víctimas. Todo, como dice Marx, con absoluta transparen­cia. No hacerlo es alentar un cisma mucho más grave que los dos grandes que tuvo la Iglesia en su historia. De este, que está acribillan­do su tutelaje moral, podría no recuperars­e nunca.

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