Una pregunta sobre el voto nulo
Dos esperanzas tienen los promotores del voto nulo en la elección del Cpccs: la confusión y la indiferencia. El 24 de marzo, la mayoría de votantes concurrirá a las urnas sin una pálida idea de lo que está en juego y sin mayor interés por comprenderlo, y se topará con una lista de 43 desconocidos dispuestos en tres papeletas rarísimas. Todo es tan extraño que resulta muy probable que esta elección rompa récords en número de votos anulados accidentalmente. ¿Los suficientes para marcar la diferencia a la que aspiran los promotores del voto nulo? Quienes han estudiado el comportamiento electoral ecuatoriano piensan que no.
Sin embargo, los hay optimistas. Gente que cree que, con una limitada campaña en redes (y en las tarimas de CREO), los votos nulos superarán a los válidos y forzarán la anulación de las elecciones. Los realistas se limitan a desear un número de nulos lo bastante grande como para enviar un firme mensaje al gobierno sobre la necesidad de eliminar el Cpccs. Unos y otros exigen del electorado una madurez política de la que carece.
Lo que no se puede negar es que el voto nulo es el más consecuente de los votos. El Consejo de Participación Ciudadana, ese engendro inventado por el correísmo para concentrar el poder, es una institución esencialmente antirrepublicana. El voto nulo expresa el rechazo conceptual a un organismo que nunca debió existir, independientemente de las personas que lo ocupen. Es una cuestión de principios: el Cpccs tiene que desaparecer. Punto.
Para colmo, no hay por quién votar. Lo único bueno que cabía esperar de los aspirantes a formar parte del Cpccs es que se comprometieran a disolverlo. En lugar de eso, los candidatos se juntan para defenderlo y ofrecer resistencia contra el voto nulo. Tal cual: resistencia. Como si la simple aspiración a integrar una institución perversa y antidemocrática no bastara para descalificarlos, ellos se empeñan en sumar razones para la desconfianza. Dan grima.
Con todo esto, la alternativa del voto nulo sería la más clara de no ser por un detalle: nadie garantiza que el gobierno reciba el mensaje. Después de todo, ha tenido dos años para hacer algo al respecto, incluso con el respaldo de Julio César Trujillo, y no solo que no lo ha hecho sino que ha convocado a una consulta popular, primero, y a una elección, ahora, para mantener el Cpccs y reforzarlo. Este 24 de marzo, siete personas serán elegidas y ese será el principal mensaje que el gobierno recibirá ese día: la existencia del Cpccs habrá sido consolidada dos veces en las urnas.
La eliminación del Cpccs está planteada desde el día 1 del poscorreísmo. Si el país ha llegado hasta este punto es porque nadie ha trazado una estrategia clara para lograrlo. El propio Guillermo Lasso dejó pasar dos años sin mover un dedo y esperó hasta 20 días antes de las elecciones para ocuparse del tema. Tarde.
En consecuencia, la eliminación del Cpccs depende no de lo que ocurra en estas elecciones (que lo consolidarán), sino de lo que se haga después: impulsar una nueva consulta popular o lo que fuese. Por tanto, cabe plantearse la alternativa de no anular el voto este 24 de marzo sino de elegir a siete de esos malos candidatos que por lo menos garanticen que no retrocederán en lo avanzado por el Consejo transitorio de Trujillo, que es bastante. ¿No es esta otra posibilidad sensata de votar en estas elecciones? Solo es una pregunta.
Lo único bueno que cabía esperar de los aspirantes a integrar el Consejo de Participación Ciudadana es que se comprometieran a iniciar el proceso para disolverlo. En lugar de eso, se juntan para defenderlo’.