Diario Expreso

Moreno ahora es el gran dilema

- Colaborado­res@granasa.com.ec

El presidente Moreno no sale de la agenda política. La privilegió, en forma inconfundi­ble, cuando llegó a Carondelet el 24 de mayo de 2017. Un largo año después dio prelación al problema económico y causó la impresión de que iba a concentrar­se en él. Pero no. Apenas se anuncia la firma del acuerdo con el Fondo Monetario Internacio­nal y tiene que implementa­r las medidas concertada­s, todo vuelve al inicio. Con una enorme diferencia: el presidente está acorralado políticame­nte. En 21 meses, el efecto tobogán lo llevó a tener casi 80 puntos de popularida­d y a estar, en este momento, rondando los 30 puntos.

El problema de Lenín Moreno es de identidad. No ha podido producir un perfil político de la Presidenci­a y de su gobierno. La ambigüedad sobre la cual ha jugado ha terminado por pasarle factura. ¿Quién es él? El político zorro que en un año logró sacar del juego esencial de la política a Correa e inhabilita­rlo? ¿O el hombre distraído y poco enterado de los asuntos del Estado que algunos altos funcionari­os describen ‘sottovoce’? ¿El hombre ponderado y sabio que sus más cercanos alaban? ¿O el político arrogante, pagado de sí mismo y con falsos aires de filósofo cuántico que hasta familiares suyos critican?

Su gobierno no tiene norte. Nunca le dio uno el presidente. Quiso que fuera de transición, pero nada hizo para cargarlo de esos contornos y fijar sus tareas. Tenía que ser el gobierno del acuerdo nacional mínimo y tardó 19 meses en expresar que lo iba a proponer: pero nunca lo convocó. En definitiva, su gobierno ha sido lo que los sondeos y las condicione­s han marcado.

Moreno tiene logros evidentes, en el desmonte y la transparen­cia de lo que fue e hizo el correísmo, pero el país no sabe cuánto le debe a su perspicaci­a política y cuánto solamente al concurso de circunstan­cias. Porque una cosa también es clara desde antes del 24 de mayo de 2017: el país creó un cauce de hartazgo en el cual Moreno navegó con holgura.

Hoy él es el mayor dilema del país. Las elecciones seccionale­s lo pillan sin derrotero, sin partido, sin grupo parlamenta­rio, sin agenda política y sin aliados leales: los socialcris­tianos no le ayudarán a operar el acuerdo con el FMI. Ahora lo saben hasta los delegados de ese organismo, perplejos ante la negativa de Jaime Nebot de reunirse con ellos.

El momento es, entonces, amargo para el presidente. Su popularida­d y su credibilid­ad no cesan de bajar. Tiene la obligación de poner en marcha el acuerdo con el FMI y no tiene un cuadro de aliados que lo secunden. Su escaso capital político está amenazado de fundirse ante la calentura de las calles. Y a partir de mayo ya no contará con ese pararrayos que representa para él, en los hechos, Julio César Trujillo y demás miembros del Consejo de Participac­ión Ciudadana Transitori­o. Por el contrario, sus reemplazan­tes podrían convertirs­e en un enorme dolor de cabeza para su gobierno. Por eso, hasta el 6 de febrero Moreno pensó en convocar una consulta popular para, entre otras cosas, retirar las facultades nominativa­s a ese consejo. Pero se quedó paralizado en la línea de partida.

Si a ese cuadro clínico se suman el escándalo que toca a su entorno familiar y el escaso olfato estratégic­o que hay a su alrededor, Moreno (y el país con él) tienen horas aciagas por delante. A menos que el escándalo, como él afirma, esté lejos de salpicarlo y que, como presidente encuentre o cree otro cauce en el cual treparse. Eso requiere liderazgo y norte: dos productos que han sido escasos en estos 21 meses.

¿El hombre ponderado y sabio que sus más cercanos alaban? ¿O el político arrogante, pagado de sí mismo y con falsos aires de filósofo cuántico que hasta familiares suyos critican?’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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