Diario Expreso

El cacao se afincó en la tierra de los ‘Tres Juanes’

Obreros ambateños trajeron la ‘pepa de oro’ desde la Costa hace más de un siglo ❚ La elaboració­n de tabletas se convirtió en un negocio familiar en Huachi Chico

- YADIRA ILLESCAS ■ TUNGURAHUA

EL DETALLE Actividad. Alrededor de 25 talleres se dedican a la elaboració­n de chocolate en el sur de Ambato. Cada año, de enero a abril, son los meses de mayor venta. PROCESO ARTESANAL

Llegó desde Manabí a afincarse en la tierra de los ‘Tres Juanes’, que la acogió como propia. Se trata de Jéssica Villavicen­cio, quien manifiesta que “venir a Ambato y no saborear un chocolate es como no haber pasado por aquí”.

En Ambato conoció a su esposo, quien viene de una familia de chocolater­os. Desde entonces, hace más de una década aprendió el arte de hacer chocolate y espera que sus hijos y sus nietos continúen con la tradición.

Hace alrededor de 130 años, la pepa de oro (cacao) empezó a llegar a Ambato. Pues los jornaleros de esta tierra viajaban hasta la zona costera a trabajar en la cosecha de cacao. No existe un dato exacto de quién fue el primero en traer consigo el producto, sin embargo, los ambateños de ese entonces lo hicieron suyo y comenzaron con la fabricació­n de las tabletas de chocolate.

EXHIBICIÓN

Las distancias hacían que el transporte del cacao sea complicado. Además, esto encarecía al chocolate ya procesado, por ende, para muchos se convirtió en un lujo tomarse una taza de este sabroso producto.

Con el pasar del tiempo las condicione­s mejoraron y la elaboració­n del chocolate ambateño fue tomando fuerza.

Hoy en día es uno de los productos estrella de la gastronomí­a de la localidad. En sus inicios, el cacao se tostaba a leña, lo que le daba un aroma, textura y sabor inigualabl­es.

A sus 82 años, Judith Velasteguí, con gran tenacidad y dueña de una notable lucidez, vende chocolate ambateño, elaborado en su taller artesanal, ubicado en el puesto de abarrotes del segundo piso del Mercado Central. “Mi papi me legó el oficio de chocolater­a, y el destino me puso en el camino a mi esposo, también chocolater­o. Viene de una familia dedicada al oficio, y juntos seguimos en esta labor que es dura, pero gratifican­te a más no poder”, dijo Adriana Solís.

Según Ricardo Escobar, esposo de Adriana, desde su niñez vivió la mejor experienci­a, pues junto a sus abuelos, sus padres, sus tíos y sus hermanos elaboraban juntos de manera tradiciona­l las tabletas de chocolate. Cuenta que esta labor era muy importan- te en la familia, y requería de todo el amor del mundo para su ejecución. Ellos siguen tostando el cacao, que compran de Machala y Puerto Quito, a leña, para que no pierda parte de su esencia tan reconocida a nivel nacional.

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YADIRA ILLESCAS / EXPRESO 2
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