Orientación
En las universidades más prestigiosas del mundo los estudiosos se preguntan cómo funciona la influencia y concluyen que no es otra cosa que orientación. Orientar es influir. No influye quien no orienta: sea una discusión, sea el cauce de un río, sea el resultado de un partido de fútbol, el texto final de una ley o la votación del electorado en la próxima elección.
Décadas atrás, en esas mismas universidades los profesores de esos estudiosos decían que la influencia se lograba con premios y castigos; “matrices de incentivos”, zanahoria y garrote. Nuestros ejecutivos y políticos todavía lo piensan así, porque así lo aprendieron. Se preguntan qué es lo que les impide conectar con los milenials para apuntalar sus visiones estratégicas, sus anquilosadas organizaciones, incluido el estado nación del siglo XVIII. Pero en la era de la información, ese tipo de influencia, que consiste en billete por un lado y coerción por el otro, no sirve para nada. Están desprestigiadas por corruptas varias de las marcas más importantes del mundo, como los políticos que en su momento facilitaron su ascenso. Están desprestigiados los gobiernos, instrumentos formales para ejercer el poder, montados en la misma época que los sistemas judiciales que los acompañan y que sufren de la misma crisis de legitimidad.
Qué divertido sería analizar los datos electorales de los últimos quince años: apuesto que el correísmo nació barriendo en los electorados más jóvenes y que, con la llegada del bono demográfico en 2016, fue desconocido por ese mismo electorado -a pesar de contar con todos los recursos imaginables en una sociedad de
Es una pena que las propuestas electorales en este mes no traigan nada nuevo’.