Diario Expreso

Las últimas chinas de los pies de loto

La tradición para “lograr un buen marido” ❚ Se vetó hace un siglo, pero pesaba más que la ley

- JAVIER TRIANA ■ PEKÍN / EFE SEÑORA ZHAO víctima de la práctica

LA FRASE Yo no quería porque me dolía mucho. A mi esposo le gustaban mis pies pequeños.

Son las últimas testigos de una tradición que las mutilaba de por vida: el vendaje de los pies para que no crecieran más allá de ocho centímetro­s. Aunque la práctica se abolió en la segunda década del siglo XX, la costumbre pesaba más que la ley y muchas mujeres siguieron vendando los pies de sus hijas con el fin de conseguirl­es un buen matrimonio.

“Yo no quería, porque dolía mucho. Nadie quería. Usábamos un trozo de tela para vendarnos los pies. Y mi madre lo cosió para que no me lo pudiera quitar”, dice la señora Zhao, quien a sus 92 años es una de las últimas víctimas vivas de aquella tradición milenaria.

Por su casa de los alrededore­s de Pekín, una única estancia amplia con dos camas grandes, unas sillas, una televisión y unos pocos armarios, corretea el bisnieto más pequeño de la señora Zhao, y se puede apreciar que los zapatos del crío, de dos años, son casi mayores que los de su bisabuela.

La madre de la señora Zhao, como tantas mujeres de la época, le vendaba los pies a su hija a fin de formarle los llamados ‘pies de loto’ para encontrarl­e marido, entonces sinónimo de porvenir y bienestar. El precio era la rotura de los cuatro dedos más pequeños del pie, que quedaban prensados bajo la planta, con la resultante atrofia.

“Se denominaba­n ‘lirios dorados de ocho centímetro­s’”, relata la escritora china Jung Chang en su biografía familiar, ‘Cisnes Salvajes’.

“Ello quería decir -prosigue la autora, sobre su abuela- que caminaba ‘como un tierno sauce joven agitado por la brisa de primavera’ (...). Se suponía que la imagen de una mujer tambaleánd­ose sobre sus pies vendados ejercía un efecto erótico sobre los hombres”.

La señora Zhao también era consciente de que, además de su futuro esposo (fruto de un matrimonio concertado), su suegra examinaría sus pies al dedillo, y la trataría a patadas si estos eran grandes.

“Nadie me iba a querer si no me vendaba los pies. Y me tratarían mal, con los pies grandes. A mi esposo le gustaban mis pies pequeños”, explica.

Empezaron a vendárselo­s cuando contaba 6 años. “A partir de los 13 o 14 años, ya no notaba el dolor”, asegura la anciana, que a la muerte de su marido, hace dos décadas, abandonó la práctica.

“Ahora los hombres y las mujeres son iguales”, opina esta madre de cinco retoños, que nunca fue a la escuela, sufrió el hambre y la invasión japonesa y para quien, en definitiva, cualquier tiempo pasado fue peor. Antes tenía que trabajar la tierra si quería comer.

En la actualidad puede comprar alimentos o ropa, y el Gobierno le proporcion­a un subsidio mensual: “No sé cómo gastar el dinero que tengo. Antes era muy pobre y no tenía costumbre de comprar”.

La señora Zhao se mueve torpemente, con pasos cortos y oblicuos, y ayudada por un bastón de cuatro pies. Luego se arranca a fumar en una pipa que, sostiene, data de la última dinastía imperial.

La amable señora es una del centenar de mujeres localizada­s y retratadas por el británico Cameron Hack, profesor de inglés afincado en Pekín y aficionado a la fotografía, que ha viajado por toda China documentan­do los vestigios de este cruel y extinto fenómeno. “Me suelen decir que su suerte ha llegado demasiado tarde. Están a punto de fallecer”, lamenta.

Zhao y las demás mujeres retratadas por Hack son prueba viviente de la mejora que han experiment­ado las mujeres de China en el último siglo, aunque la realidad sigue distando mucho de una igualdad de facto entre ambos géneros.

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HOW HWEE YOUNG / EFE Martirizad­a. La señora Zhao, de 92 años, a quien desde los seis su madre le empezó a vendar los pies.

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