E-mail: jorgedelgadoguzman31@gmail.com Salvado por la campana
Yo era representante de ese maravilloso grupo de jóvenes músicos que integraban a Los Cuatro, sin duda el grupo musical de moda en Ecuador allá por los años 70.
Recuerdo que corría 1976 y habíamos tenido una presentación en la ciudad de Manta, el sábado por la noche. Al día siguiente, y aprovechando el buen sol, fuimos con los integrantes de la banda, Roberto Viera, Fernando Rodríguez, José Manuel ‘Pichín’ Luzarraga y Hans Palacio, a la playa de El Murciélago, cuando de pronto los bañistas comenzaron a gritar, debido a que tres jovencitas se arriesgaron a meterse lejos de la playa y se estaban ahogando; de ahí que todos comenzaron a correr, y entre ellos, lógicamente nosotros.
Algunos bañistas entraron al agua para ayudar. La gente me miraba y probablemente comentaban “es el papá del campeón de natación, y debe ser una bala en el agua”. Y tenía razón: era una bala, pero una bala perdida con la pólvora mojada. Sin embargo, entré a colaborar con otra persona más, y sosteniendo a una de las chicas por los brazos, logramos llevarla a la orilla donde ya estaba una de las otras chicas. Pese a ello, una seguía en el agua, por lo que con otro señor que estaba cerca de mí decidimos entrar a sacarla.
La correntada era muy fuerte y nos obligó a un esfuerzo extra, tanto así que llegó un momento que yo no daba más, la solté y pedí ayuda para tratar de salvarme.
De la playa llegó la ayuda de una persona gruesa, joven y que, con gran ánimo y decisión, me empezó a empujar con la corriente hacia la orilla. Cuando sentí la arena bajo mis pies, me sentí el hombre más feliz del mundo.
Creo que la vergüenza y el amor propio fue lo que me mantuvieron a flote; me imaginaba los titulares en los periódicos al día siguiente: “Padre del campeón de natación se ahoga”. Muchos llegaron a felicitarme por la acción del rescate. Aún así, nunca pude ubicar a la persona que realmente me salvó la vida. Veinticinco años después de eso, y mientras es- taba en las canchas del Guayaquil Tenis Club, se acercó a mí un señor alto y equipado para jugar tenis y me dijo: ‘Profesor, mi nombre es Marco Viteri, soy de Manta y fui la persona que lo ayudó a estar aún con vida’. Recuerdo que estreché su mano agradeciendo a destiempo por salvarme la vida.