¿Quo vadis, FMI?
Finalmente llegó el paquete financiero del FMI con su menú de opciones y acciones: reducción de la planilla salarial, reestructuración presupuestaria entre gastos de consumo y capital, reforma tributaria tendente a mejorar la administración de impuestos, y optimización de los subsidios a los combustibles. A cambio de eso se reciben $652 millones en el primer tramo de una Facilidad Financiera Extendida pactada a tres años plazo, por un valor total de $4.200 millones y a tasas que oscilan entre el 2,5 y 4 %. No obstante las necedades ya expresadas por voceros de la izquierda irredenta, el financiamiento otorgado es mucho más conveniente que cualquier contrato de deuda mediante anticipos petroleros, prenda del oro o emisión de bonos al 11 %. No se puede, finalmente, arremeter contra el tamaño del Estado y luego elevar la voz al cielo cuando llega el momento de controlar el gasto público.
Sí hay, no obstante, puntos a observar. Primero, se requerirá mantener la dirección del ajuste fiscal sin titubeos y a diferencia de lo que sucedió con el tema de los combustibles. Segundo, no es el momento de proponer incrementos en los impuestos cuando hay claramente un desplazamiento recesivo del consumo (evidenciado en la persistente deflación de precios) y cualquier subida de impuestos obraría a favor del Gobierno y en contra de las familias, sin activar la producción. Hay justificadas dudas respecto de la capacidad del Gobierno para manejar un ajuste cuyo alcance aún desconocemos y que ha tomado casi dos años de titubeos perniciosos para iniciar. Ya claudicó este frente a la presión de los taxistas otorgándoles trato preferencial que le es negado a cualquier comerciante, industrial o agricultor. Veamos el desenlace del tema de los trabajadores despedidos, muchos de ellos después de laborar por varios años con contratos “ocasionales”.
“… si alguna función válida tiene un gobierno, esta es la de dar las señales propicias para estimular la actividad de los agentes productivos para que “hagan lo suyo”.
Más preocupante es la carencia de visión para entender que el ajuste fiscal y el estímulo de la producción deben ir de la mano. No es dable entrar en discusiones académicas respecto de qué viene primero -el consumo o la producciónpero sí es necesario afirmar que si alguna función válida tiene un gobierno, esta es la de dar las señales propicias para estimular la actividad de los agentes productivos para que “hagan lo suyo”. La oferta (de la producción) precede la demanda (del consumo) diría el economista clásico Jean Baptiste Say, y para que la producción ocurra deben darse las condiciones precedentes de reducción de la incertidumbre en los mercados, seguridad jurídica, crecimiento del crédito, apertura del comercio, afluencia de capitales y dinero en los bolsillos de los consumidores. Los mensajes del Gobierno, sin embargo, son conceptualmente débiles, poco creíbles y, hasta el momento, con matices de propaganda política. Finalmente, si la ruta escogida es la de recaudar $2.500 millones adicionales echando abajo las exenciones tributarias, los cálculos “macros”, a no dudarlo, se entreverarán con las realidades “micros” del mercado. Nuevamente podremos caer en el síndrome de pobre desempeño en que concluyeron los dieciséis intentos fallidos de programas con el Fondo.
Habrá más tela para cortar. Esto es tan solo el comienzo.