Consumir mejor y más
EDITORIAL
Hay un hecho comercial innegable: cuanto más se consume, más ganan los negocios. Esta máxima debería contextualizar el proceso legislativo para reformar las normas sobre defensa de los consumidores.
Tal y como se está planteando la nueva regulación, el sector privado comercial ha mostrado su preocupación. Alegan verse en riesgo de sufrir una mayor indefensión ante las quejas de los consumidores. El asunto aquí es poner la vista al largo plazo. Un consumidor satisfecho es un comprador consolidado. Como en la práctica no es excepcional que el ciudadano que compra un producto se sienta afectado por un mala adquisición o servicio, esa garantía de seguir consumiendo a futuro no es tal.
La solución es simple: la norma que protege las transacciones de bolsillo es un escudo para las familias que ya no necesitarán meditar concienzudamente cuándo, cómo y dónde hacer el desembolso. En otras regiones del mundo, con regulaciones estrictas y favorables al cliente, el consumo por impulso e irreflexivo equivale a una buena tajada para los negocios. A eso debería aspirar el gremio ecuatoriano. A que las prácticas de venta, de ofertas y de atención al cliente sean tan buenas que el consumidor se sienta libre de gastar su dinero. La sensación de que uno no va a perder si se equivoca en el producto es el mejor aliciente para que las ventas proliferen.
Obviamente, no se trata de hacer pasar cualquier norma sin parámetros constitucionales. Eso nunca estará en entredicho. Pero la práctica ha demostrado que la normativa actual termina castigando
Las compras por impulso e irreflexivas son una buena tajada de ganancias para los negocios. Normas que protegen al cliente y le dan la garantía de no malgastar su dinero elevarán las transacciones’.
al más débil. El último eslabón de la cadena de ventas, el ciudadano de a pie, se ha venido enfrentando hasta ahora, sin apenas expectativas de éxito, a gigantes comerciales por productos defectuosos que no se cambian sino que se arreglan, pese a estar recién comprados, a ofertas de rebajas engañosas, a cobros injustificados de servicios, a limitaciones en las perchas y a un sinnúmero de inconveniente, convertidos en quejas que, además de trascender a la opinión pública en algunos casos, han dejado en el ecuatoriano la certeza de que vale más estudiar la compra que abrir la cartera a lo loco.
Ese clima de incertidumbre no favorece a nadie. Ni al que necesita o quiere gastar su dinero, ni al que gana cuando se hace el gasto. Es inaplazable un cambio de mentalidad.