Los méritos autoensalzados no son méritos, sino pobreza de espíritu
Cuando una persona se esmera en resaltar lo que ella considera méritos propios, está demostrando que en realidad no los tiene. Basta recordar un aforismo popular y muy antiguo, que considero sabio: el que carece, presume.
Es penoso constatar que la educación en nuestro país, y probablemente en muchos otros países, ha descendido de nivel a tal punto que muchos profesionales consideran algo normal el resaltar sus “virtudes”, sus “méritos”, a voz en cuello, sin tomar en cuenta que la humildad deviene de la cultura, la formación adecuada y la madurez.
Vimos cómo un expresidente decía “yo casi nunca me equivoco”, “si de algo sé, es de economía”, y resultó que se equivocó en seleccionar a sus colaboradores en áreas por de más sensibles, y dejó la economía hecha un desastre. Hoy vemos a un candidato a fiscal general del Estado, que sin ningún rubor sale a pregonar, palabras más, palabras menos: “Yo soy el mejor y debo ser nombrado fiscal general”. ¡Qué pobreza de espíritu! Un mérito autoensalzado deja de ser mérito. No hay expresión más evidente de ignorancia que salir a autoalabarse. Por estos solos hechos debemos pugnar porque nunca salgan nombrados para posiciones de responsabilidad los vanidosos, engreídos, que se creen superiores, los que todo lo saben, que son los mejores. Nadie quiere liderazgos de quienes se creen únicos, salvo aquellos que son más ignorantes que los autoalabados.
Ing. José M. Jalil Haas