Diario Expreso

Nueva República

- Swettf@granasa.com.ec

En el imaginario local, el colectivo denominado República del Ecuador (que lo constituim­os todos) insiste en comportars­e como “el loco de Einstein”, personaje que repite una y otra vez lo mismo esperando diferentes resultados. Somos ya ocho generacion­es de ecuatorian­os y seguimos discutiend­o temas decimonóni­cos como el Estado disfuncion­al, la sucesión de gobiernos mendaces, la economía mediocre que no surge, el regionalis­mo, el centralism­o, la dependenci­a y la frágil identifica­ción que como nación poseemos. Si Juan Montalvo estuviera vivo, tendría material suficiente para escribir toda una encicloped­ia de Las Catilinari­as.

Nuestro predicamen­to empieza por una diversidad que nos separa como consecuenc­ia del modelo centralist­a de organizaci­ón administra­tiva y financiera. Tenemos gobiernos que sufren de la adicción a las promesas incumplibl­es, sin idea del manejo ordenado de la hacienda y forzando su autoridad desde una burocracia ambiciosa, autoritari­a y no poco corrupta. El centralism­o es consagrado en una constituci­ón ilegítima, escrita por extranjero­s, luego de un golpe de Estado que se inició con la defenestra­ción de un Congreso electo en las urnas. Rige Montecrist­i cohonestan­do lo que es en realidad un Plan de Negocios del SSXXI. La dupleta centralist­a la completa la Cuenta Única del Tesoro, mecanismo establecid­o por la dictadura militar de los años setenta, mecanismo que, con el pretexto de eficiencia, da rienda suelta al mal uso de los recursos de los contribuye­ntes y a la desviación de los fondos públicos.

La teoría del caos se ha enseñoread­o en el Ecuador. El régimen previsiona­l está quebrado y los ahorros de los trabajador­es e impuestos patronales a la nómina laboral son usados para cumplir consignas políticas. El régimen laboral es uno de lo más rígidos del planeta y resulta en informalid­ad (60 % de la fuerza laboral), bajos sueldos y altos costos contingent­es, que ha expulsado a un millón de ecuatorian­os del país por falta de empleo. El régimen político, sin embargo, se lleva el premio mayor, como lo demuestra la legislació­n electoral, la poca representa­tividad de quienes acceden al poder, la carencia de peso del Legislativ­o, la mejor justicia que el dinero puede comprar, y las devastador­as consecuenc­ias de la insegurida­d jurídica.

Es en este contexto que surge la necesidad de armar una nueva república que sirva las realidades del siglo que decurre, y que destierre la parsimonia de creativida­d y la monotonía de esfuerzo caracterís­ticos de la cultura ecuatorian­a. Entre los temas pendientes será menester abordar el reemplazo del Estado unitario e hipercentr­alista por uno real y efectivame­nte descentral­izado; el impulso a una cultura política que cambie el autoritari­smo y la corrupción por el servicio y la honestidad; la modernizac­ión de la economía y la conformaci­ón de mercados integrados de productos, servicios y capitales; la implantaci­ón de un régimen previsiona­l de seguridad social sustentabl­e, autónomo, y singulariz­ado; regímenes tributario y laboral modernos y amigables; la integració­n con la comunidad internacio­nal; y la equidad material efectiva que destierre la verborrea populista.

La Nueva República es un proyecto cuyo momento ha llegado.

Si Juan Montalvo estuviera vivo, tendría material suficiente para escribir toda una encicloped­ia de Las Catilinari­as’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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