‘El pasajero’, de se halló en el archivo de exiliados alemanes. El autor murió en 1942
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EL PAÍS ESPECIAL PARA EXPRESO PETER GRAF Editor
El 29 de octubre de 1942, Ulrich Alexander Boschwitz, de 26 años, murió junto a otros 361 refugiados, la mayoría judíos, a bordo del Abosso, buque hundido a 700 millas náuticas de las Azores por el submarino alemán U-575. Así terminó una odisea iniciada con las leyes raciales de Núremberg en 1935 y que había llevado a este escritor berlinés de un lugar a otro, perseguido y odiado por los que fueron sus compatriotas y repudiado por los europeos a los que pedía acogida.
Cuando murió llevaba encima la nueva versión manuscrita de su libro ‘El pasajero’, publicado en 1938 e ignorado en Alemania. Dos meses antes había escrito a su madre para darle indicaciones sobre qué hacer con su edición. Todo eso desapareció con su muerte. Quedaba, sin embargo, una copia escrita a máquina que, tras diversos avatares, terminó en el Archivo del Exilio Alemán de la Biblioteca Nacio- nal en Fráncfort. Olvidada por todos, en 2018 vio la luz por primera vez y se convirtió en un gran éxito.
“La novela fue olvidada porque no quedaba nadie vivo para ofrecérsela a las editoriales”, explica el editor Peter Graf, responsable del hallazgo y publicación del libro. También, porque el tema no era precisamente el predilecto de los editores después de la II Guerra Mundial y el Holocausto.
“Cuando la leí me di cuenta rápidamente de que era una novela importante porque le hablaba al lector de hoy. En Alemania ha tenido una gran acogida. Se lee como un documento pero también como un aviso. ¿Qué ocurre con los que no son víctimas? ¿Ayudan o se convierten en cómplices de los agresores?”, señala Graf.
‘ El pasajero’ inicia en noviembre de 1938, durante la Noche de los Cristales Rotos. Su protagonista, Otto Silbermann, es un orgulloso alemán, un comerciante con mucho dinero, veterano condecorado de la I Guerra Mundial. Pero también es judío y eso es intolerable para el sistema nacional socialista. Cuando su socio lo estafa y lo insulta, cuando el camarero de su bar predilecto deja de servirle, cuando todo el mundo le da la espalda, Boschwitz está contando lo que sufrió su familia desde 1933.
Atrapado en su propia paranoia, el personaje de Silberman huye dentro de Alemania, por donde se desplaza en trenes puntuales e impecables, aquellos mismos convoyes que poco después llevarían a millones de personas a las cámaras de gas.
Lejos de ser un relato en blanco y negro, su fuerza radica en la narración de los efectos que esta huida provoca en el perseguido, alguien que llega a odiarse y a odiar a su pueblo, un humano que puede ser mezquino si eso le ayuda a sobrevivir, que encuentra en sí los defectos del otro.
Su triunfo en Alemania ha sido curioso, considerando que esta es una crónica de una deshumanización, pero para Graf, esto es, quizás, a que los lectores identifican preocupaciones actuales en sus páginas, sobre todo con respecto a sus propias actitudes hacia temas políticos y de migración.
“Boschwitz consiguió hacer visible lo inconfesable contando el destino de un individuo. Los lectores han sabido transferir su significado al presente con la cuestión de cómo nos comportamos cada uno siempre de fondo”, sostiene.