Diario Expreso

Jubilar la esperanza

- ✑ RUBÉN MONTOYA VEGA colaborado­res@granasa.com.ec

Dos estampas y un mismo convencimi­ento: somos una sociedad de farsantes. Primera estampa: Lenín Moreno, nuestro lamentable presidente, dijo lo que dijo sobre los “monitos” trabajador­es y medio Ecuador le cayó encima poniendo el grito donde no debía: el insulto.

Porque el verdadero insulto es que al trabajo infantil lo vemos como parte del paisaje, cuando lo que deberíamos hacer como sociedad es impedirlo a toda costa. Sin excepcione­s. Y penalizar todo intento de explotarlo. Pues permitir, alentar, beneficiar­se o hacerse el tonto con el trabajo infantil no es una cuestión normal: es un crimen.

Es un crimen que un niño cambie su tiempo de risas y chocolate por uno de explotació­n y miseria. Cualquier argumento

socioeconó­mico, histórico y bla bla blá que lo justifique no sirve. Hay límites que una sociedad debe fijarse para no saberse enferma: uno de ellos es penalizar lo que no puede ser consentido. El trabajo infantil, por ejemplo. No importa si son monitos sabidos o chagritas alhajas: ¡importa que son niños! Importa que hay 400 mil trabajando en nuestras fábricas, haciendas y calles, y que al final del 2020 serán medio millón. Importa que su aventura vital sea protegida, mimada, consentida. Porque la niñez es el país más bonito del mundo y todo ser humano tiene derecho a conocerlo.

Segunda estampa: nuestro lamentable presidente les propone a los jubilados recibir bonos como pago por sus pensiones atrasadas. En esta

Lo que importa es que su aventura vital sea protegida, mimada, consentida. Porque la niñez es el país más bonito del mundo...’.

sociedad del descarte, los adultos mayores parecen un estorbo y no lo que son: padres de nuestro presente. Sin ellos no seríamos nada. Insisto: nada. Nuestros logros están parados en sus hombros; nuestro bienestar se lo debemos a sus espaldas… Pretender que cobren con bonos de un Estado moroso y desfalcado es una ofensa. Tan cruel como la de los “monitos” emprendedo­res. Tan inaceptabl­e.

Que el Gobierno sea farsante, vaya y pase. Uno más en nuestra larga lista. Que lo seamos nosotros es otra cosa. Porque lo que en el fondo estamos haciendo al tolerar lo intolerabl­e, es legitimar un doble crimen: el de los que matan una infancia y, de paso, jubilan de entrada la esperanza.

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