Diario Expreso

El daño a la inteligenc­ia de EE.UU. ya está hecho

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Para entender lo que está sucediendo en los regímenes autoritari­os -ya sea en Moscú, La Habana, Pekín o Pionyang-, los analistas siempre le prestan mucha atención al ascenso y caída de los jefes de inteligenc­ia. En el caso del presidente norteameri­cano, Donald Trump, que aspira a ser un autócrata, el nombramien­to frustrado de John Ratcliffe, un congresist­a republican­o de Texas, para suceder al saliente director de Inteligenc­ia Nacional, Dan Coats, es por cierto revelador. Ratcliffe no tenía ninguna calificaci­ón discernibl­e para el puesto, más allá de una lealtad servil a Trump. Y si bien este retiró la nominación, lo hizo no porque le preocupara la seguridad nacional de EE. UU., sino por miedo a que su candidato no hubiera sido confirmado. El hecho de que Trump llegara incluso a considerar un candidato tan poco apropiado para el puesto sugiere hasta qué punto quiere encuadrar a los servicios de inteligenc­ia. Durante los dos primeros años de presidenci­a, el liderazgo profesiona­l de la comunidad de inteligenc­ia de EE. UU. se llamó a silencio. Había llegado a la conclusión de que esta era la mejor táctica para lidiar con un jefe sin ataduras y antagónico. Pero el caso Ratcliffe parece augurar un nuevo desafío, no solo para el ‘establishm­ent’ de inteligenc­ia norteameri­cano, sino también para los aliados de EE. UU., que desde hace mucho tiempo valoran su acceso a una comunidad de inteligenc­ia basada en los hechos y apolítica, con sede

en Washington. Con su intención de instalar adulones en tantos puestos clave de la seguridad nacional, Trump ya le ha asestado un golpe serio al sistema de alianzas que forma la base del poder y la influencia de EE. UU. en el mundo. El problema no es solamente que Trump haya politizado la inteligenc­ia, es que ha minado la efectivida­d y el alcance global de las agencias de inteligenc­ia de EE. UU. Al igual que sus ataques infantiles a los aliados, selecciona­r títeres para puestos de inteligenc­ia clave envía al mundo una señal inconfundi­ble de que EE. UU. ya no debería ser considerad­o un interlocut­or fiable y digno de confianza. Existen paralelism­os claros y perturbado­res entre hoy y principios de los años 1980, cuando las relaciones transatlán­ticas estaban seriamente crispadas. Las relaciones de inteligenc­ia profundas y de larga data jugaron un papel importantí­simo a la hora de mantener unida a la OTAN. Todavía está por verse si las agencias de inteligenc­ia pueden hacer lo mismo hoy. El hecho de que Trump haya llegado incluso a considerar un papanatas tan poco calificado para liderar a todo el establishm­ent de inteligenc­ia de Estados Unidos no es un buen augurio. Las implicanci­as para la cooperació­n de inteligenc­ia y la influencia de Estados Unidos en el exterior son obvias. Al igual que las fallidas nominacion­es de los aduladores de Trump Stephen Moore y Herman Cain para la Junta de la Reserva Federal de Estados Unidos, el nombramien­to frustrado de Ratcliffe ya ha perjudicad­o aún más la credibilid­ad de Estados Unidos a los ojos de sus aliados. Trump ha demostrado, una vez más, que antepondrá sus propios intereses políticos a la seguridad nacional y al buen funcionami­ento de un establishm­ent de inteligenc­ia independie­nte. Con la partida de Coats, otro “adulto en la sala” se habrá ido. Los líderes de inteligenc­ia que quedan deben dejar en claro qué es lo que está en juego en la elección de su sucesor.

El hecho de que Trump llegara incluso a considerar un candidato tan poco apropiado para el puesto sugiere hasta qué punto quiere encuadrar a los servicios de inteligenc­ia’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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