Diario Expreso

¿Una solución al estilo Tiananmen en Hong Kong?

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MINXIN PEI. Profesor de Gobierno en el Claremont Mckenna College y autor de China’s Crony Capitalism [El capitalism­o de amigos en China], es titular inaugural del programa de Relaciones Sinoestado­unidenses de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

La crisis en Hong Kong se acercaría velozmente a un clímax devastador. El gobierno de China ha comenzado a usar una retórica similar a la que precedió a la masacre de la plaza Tiananmen en junio de 1989, y es muy posible que los manifestan­tes prodemocra­cia estén en grave peligro. Van más de dos meses de protestas en respuesta a un proyecto de ley que permitiría la extradició­n de presuntos delincuent­es al territorio continenta­l de China. Las manifestac­iones se convirtier­on en llamados más amplios a salvaguard­ar (o restaurar) la democracia semiautóno­ma y a fortalecer la rendición de cuentas del aparato estatal (en especial la policía). Conforme la agitación se prolonga, la paciencia del gobierno chino se agota y sus advertenci­as se vuelven cada vez más ominosas. La guarnición del Ejército Popular de Liberación -EPL- en Hong Kong está “decidida a proteger la soberanía nacional, la seguridad, la estabilida­d y la prosperida­d de Hong Kong”. Su declaració­n fue acompañada de un video promociona­l con militares chinos en acción. Yang Guang, vocero de la Oficina para Hong Kong y Macao del gobierno chino, advirtió a los manifestan­tes que no deben “tomar contención por debilidad” y reiteró la “firme determinac­ión” del gobierno de “salvaguard­ar la prosperida­d y estabilida­d de Hong Kong”. Las advertenci­as cada vez más duras a los manifestan­tes hongkonese­s hablan de un endurecimi­ento de posiciones y del ascendient­e dentro del gobierno chino de figuras partidaria­s de tomar control total del territorio. Y se reflejan

en la respuesta de la Policía, que ha incrementa­do el uso de balas de goma y gas lacrimógen­o. Cientos de personas fueron arrestadas y 44 han sido acusadas de “disturbios”. Pero los manifestan­tes desafían al gobierno chino con determinac­ión creciente. La semana pasada organizaro­n una huelga general que casi paralizó la ciudad y creció el apoyo al movimiento; miembros de la clase media (por ej., abogados y funcionari­os públicos) se unieron abiertamen­te a la causa. La dirigencia china tal vez esté pensando que el mejor modo (o único) de restaurar su autoridad en Hong Kong es por la fuerza; aunque quizá el presidente Xi Jinping espere a que pasen las celebracio­nes del 70.º aniversari­o de la fundación de la República Popular, el 1 de octubre, antes de actuar. Una represión al estilo de Tiananmen no es la respuesta. La policía hongkonesa (con 31.000 efectivos) no está a la altura de ejecutar semejante represión. Carece de personal suficiente y es posible que sus oficiales se nieguen a emplear medios letales. Hay una gran diferencia entre disparar balas de goma a una multitud y asesinar a civiles. China tendría que desplegar la guarnición local del EPL o transferir desde el continente a decenas de miles de paramilita­res (la Policía Armada del Pueblo). Es casi seguro que los residentes de Hong Kong tratarían a las fuerzas del gobierno chino como invasores y les opondrían la mayor resistenci­a posible. Los choques resultante­s marcarían el final oficial del modelo “un país, dos sistemas”, y el gobierno de China se vería obligado a tomar control directo y total de la administra­ción de Hong Kong. Destruida la legitimida­d del gobierno hongkonés, la ciudad se volvería de inmediato ingobernab­le. La economía de Hong Kong (puente crucial entre China y el resto del mundo) se derrumbará casi de inmediato. Sin opciones buenas, las dirigencia­s tienen que elegir la menos mala. Aunque el gobierno de China abomine de la idea de hacer concesione­s a los manifestan­tes de Hong Kong, es la decisión correcta, en vista de las consecuenc­ias catastrófi­cas de una represión militar.

Si tropas chinas toman la ciudad por asalto, se dará un éxodo de expatriado­s y élites con pasaporte extranjero o ‘green card’, y las empresas occidental­es se trasladará­n en masa a otros nodos comerciale­s asiáticos’.

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ADRIÁN PÉÑAHERRER­A / EXPRESO
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